El Rito Hispano-Mozárabe en la Catedral
Según informa la web de la Diócesis de Salamanca, el pasado 29 de noviembre, primer domingo de Adviento y primer día del año litúrgico, se celebró la Eucaristía según este antiquísimo rito cristiano.
El Rito Hispano-Mozárabe es la forma en la que rezaban nuestros antepasados hasta el año 1080, e incluso después, durante la Reconquista. El acólito de la Catedral de Salamanca, José Casado, recuerda los orígenes de este rito, hasta su abolición tras un Concilio que optó por unificar todos los rezos de todas las iglesias cristianas del mundo, el Romano.
Pero no desapareció del todo, y los cristianos mozárabes de Toledo solicitaron mantener el rito, porque durante el dominio musulmán preservaron este rito a escondidas, “y solicitaron al Rey permiso para seguir orando con él”. Finalmente, se les concedió en seis iglesias toledanas, y hoy en día, en la Catedral Primada de Toledo también se celebra a diario, según subraya Casado.
En Salamanca, el propulsor de la celebración de misas con el Rito Hispano-Mozárabe fue el señor Maldonado Talavera, el primer propietario de la Casa de las Conchas, “que observó cómo junto al río Tormes había un grupo de mozárabes y solicitó al Cabildo que se celebrase ese rito. Para ello, compró una capilla en el claustro de la Catedral Vieja, la del Salvador o conocida como de Talavera, “en la que solicitó ser enterrado y dotó a esa capilla con dinero suficiente para la celebración de las misas mozárabe, por lo que se estableció un calendario de 52 misas anuales que han ido desapareciendo”.
En el siglo XIX casi desapareció por completo, y en el XX, como describe José Casado, gracias a los canónigos José Artero, Constancio Palomo y Lamberto de Echevarría, se sigue manteniendo. En la actualidad, se celebra dos veces al año, el primer domingo de Cuaresma, y el de Adviento. Además, con el obispo Braulio Rodríguez, se celebró este rito varios años en el triduo pascual.
Y aunque el Rito Hispano-Mozárabe tiene algunas partes en común con el Romano, existen una serie de variaciones. Por ejemplo, la celebración comienza con un canto del coro que se denomina “praelegendum”, previo a las lecturas, que es propio de cada día, “no como en el Romano que tenemos una serie de cantos que se pueden utilizar de entrada”.
En esta celebración, el sacerdote no está arriba en el altar sino en la sede, junto al pueblo, “porque todos oramos juntos y en la misma dirección”, aclara este acólito de la Catedral. Además, no se realiza el rito penitencial, que es sustituido por una oración a los pies del altar en la que el sacerdote, inclinado, reza una oración en secreto, “diciéndole al Señor que se acerca al altar a celebrar su sacrificio y pide perdón por los pecados que hemos cometido todos los que estamos presentes en la celebración eucarística”, matiza. Tras ese momento, el sacerdote venera el altar y baja a la sede, mientras que el coro canta el Gloria. Cabe recordar que en el Rito Romano, tanto en Adviento como en Cuaresma no se entona este canto, pero en el Mozárabe sí.
Después, realizan la “oratio postgloriam”, que se puede equiparar a la de colecta que se celebra en el Romano. Los lectores y el sacerdote proclaman las lecturas y el Evangelio, “que son unos textos mucho más ricos y largos, pero que son más instructivos y nos preparar más para la celebración del sacrificio de la eucaristía que todos tenemos”. Y a diferencia del Romano, como detalla José Casado, “no se dice Palabra de Dios”, sino que cuando el sacerdote o lector dice la lectura del Evangelio, según San Lucas este año, el pueblo contesta: “Demos gracias a Dios”, y al final se dice Amén.
Otra de las características del Rito Hispano-Mozárabe es el denominado “donarium”, que es equiparado a la colecta que se hace, y que es símbolo de penitencia, “y todos los fieles se acercan a los pies del altar y depositan la ofrenda que consideran conveniente”. El dinero recaudado se entrega a Cáritas diocesana de Salamanca, “para atender sus fines y necesidades”. Y una vez terminado este gesto, el sacerdote sube al altar y lo prepara, “inciensa las ofrendas y vuelve a la sede, y desde allí, el diácono entona los dípticos, que pueden equipararse a la oración de los fieles, solo que en este rito es común y son dos dípticos”.
Una vez terminados, el sacerdote sube al altar y lo hace con una frase “muy apropiada”, en palabras del acólito: “Me acercaré al altar de Dios”, pronunciada en latín. Y allí tendrá lugar el sacrificio, de espaldas al pueblo, “porque todos oramos en la misa dirección”.
En cuanto a la consagración, es similar al Romano, “la diferencia es que cuando el sacerdote termina de consagrar, en este rito no se muestra el cáliz y la sagrada forma”. Y una vez terminada la plegaria eucarística, “comienza el rito de la Comunión, y en este caso comienza con el Credo, no después del Evangelio, como en el Romano”. La oración del Padre Nuestro no se reza de manera conjunta en este rito, sino que lo hace el sacerdote en ocho partes y el pueblo dice “Amén”. Una vez terminado, se fracciona el pan en nueve partes, haciendo una cruz con ellas, en referencia a los misterios salvadores de Cristo: encarnación, nacimiento, circuncisión, aparición, pasión, muerte, resurrección, gloria y reino.
Una vez partidas, las muestra al pueblo en una patena, en la otra mano, el cáliz, y se procede a dar la comunión al pueblo, que se hace bajo las dos especies, el pan y el vino. Pero con motivo de la pandemia no se podrá realizar de esta manera, ni dar de comulgar en la boca. Asimismo, en lugar de decir: “El Cuerpo de Cristo”, se proclama: “El Cuerpo de Cristo sea tu salvación”, que en esta ocasión lo dirá a los pies del altar para no decirlo delante de la gente directamente.
Otra de las diferencias destacadas entre ambos ritos es que en el mozárabe la bendición no se imparte al final sino antes de la comunión, “porque en ella se nos perdona los pecados que hayamos cometido desde la última confesión realizada”. También varía el modo de incensar, que en el Romano es de izquierda a derecha, y en esta celebración se hace de adelante hacia atrás.
En las dos celebraciones en rito Hispano-Mozárabe se coloca en el altar al Cristo de las Batallas, porque simboliza la época, anterior al año 1080, en la que se utilizaba este rito en las celebraciones eucarísticas. “Es la imagen que el Cid llevaba a sus batallas”, matiza Casado.