“Cuando duele el alma, más a veces que el propio cuerpo, surge la queja, surge la expresión, la externalización del dolor. Se nos rompe algo por dentro, se nos rasga el epitelio como una emulsión. Brotan humores, se sacuden los órganos y lloramos por dentro y después, por fuera.
La luz, a veces cegadora. La contradicción. El destello que nos sume en la oscuridad.
El quejío es la manera de expresar, de soltar, de agrietar para que nuestra alma cicatrice, ayudados de la luz. Esa luz dorada única del reflejo del sol en el oro dentro de la profunda oscuridad. Ese pequeño destello que une, que sosiega y que repara como si el Kintsugi anidase en lo más hondo del quejío.
La cicatriz como cura, deshacernos de lo superfluo, de lo externo, de lo prescindible y lograr que el quejío nos sane una y otra vez, haciéndonos más vulnerables y a la vez más fuertes.
Transferir la emulsión fotográfica al papel como medio de expresión y de liberación. Sanar y reparar con pan de oro para finalmente abrazar y ser abrazado.”



