En un ejercicio de provocación intelectual, sátira culta y reflexión poco convencional, el texto Virtudes del cagar: nuevo discurso pronunciado en la cátedra cagatora de la Universidad de Ensulamanca (1868) irrumpe en el panorama literario con un enfoque tan insólito como profundamente humano. Lejos de lo escatológico superficial, este ensayo disfrazado de parodia universitaria aborda con humor y lucidez un acto cotidiano que, pese a su universalidad, ha sido históricamente relegado al tabú. Desde una supuesta institución académica cargada de simbolismo, se nos invita a repensar nuestras costumbres corporales como parte esencial de la experiencia humana, con una mezcla de ironía, filosofía popular y crítica social.
En el sacrosanto y aromático recinto de la Universidad de Ensulamanca —institución tan antigua como las flatulencias de la historia y tan libre como el viento que se escapa sin pedir permiso— se ha celebrado, con toda la pompa y circunstancia que el asunto requiere, el esperado Discurso sobre las Virtudes del Cagar, pronunciado en la ilustre Cátedra Cagatora, cuya existencia muchos creían un mito… hasta que el retrete habló.
Sí, estimado lector: el noble acto de evacuar, soltar lastre, liberar el alma por la vía trasera, ha sido por fin reivindicado desde la academia. Y no por un cualquiera. El orador, un catedrático de intestino fino y verbo suelto, ha elevado el arte de la defecación al lugar que merece en la civilización: entre los actos más sinceros, democráticos y saludables del ser humano.
“No hay rey ni mendigo que escape al llamado de la esfinge rectal”, comenzó su intervención con solemnidad. Y razón no le faltaba. ¿Acaso no es el excusado el auténtico confesionario de nuestros días? ¿No es, acaso, en la soledad del váter donde meditamos, juzgamos al mundo y componemos mentalmente tuits de una lucidez inalcanzable en la mesa de trabajo?
La disertación —entre aplausos, risas y alguna que otra lágrima de emoción y picante de la noche anterior— abordó con rigor científico y lírica desbordada las siete virtudes cardinales del cagar:
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La Humildad: porque al final todos terminamos sentados, mirando al infinito, igual de vulnerables y filosóficos.
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La Paciencia: pues apresurar el proceso es como intentar forzar la floración de una rosa.
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La Verdad: porque uno no puede mentirle a su intestino.
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La Libertad: ya que no hay cadena que no se rompa en ese instante de liberación pura.
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La Paz Interior: cuando todo sale bien, literalmente.
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La Conexión Universal: pues, en ese acto, somos uno con el ciclo de la vida y la materia.
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El Silencio Elocuente: que a veces se rompe… pero siempre dice más de lo que calla.
No faltaron tampoco referencias históricas. Se citó a Séneca, quien sostenía que “nada de lo humano me es ajeno”, sin saber que un día lo citarían en tal contexto. Y a Quevedo, quien si viviera, habría dedicado un soneto entero al noble zurullo. Incluso se habló del inodoro como el gran invento olvidado del progreso, un altar blanco y frío al que rendimos culto sin saberlo.
Pero el discurso no fue solo excremental: fue profundamente existencial. Se habló de la necesidad de reconciliarnos con nuestro cuerpo, de dejar de ver lo fisiológico como vergüenza y empezar a entenderlo como parte esencial de nuestro bienestar. “Cagar no es un tabú, es un acto de amor propio”, concluyó el maestro, entre ovaciones y papel higiénico lanzado al aire a modo de serpentina.
Tras el acto, en el claustro exterior, los asistentes compartieron anécdotas digestivas con franqueza inédita. Unos confesaron que sus mejores ideas nacieron con el pantalón bajado. Otros hablaron de sus rituales, sus lecturas, sus músicas de fondo preferidas. Y todos coincidieron: el cagatorio es el último bastión de la privacidad y la autenticidad.
Quizá sea hora, querido lector, de que tomemos ejemplo de la Universidad de Ensulamanca y su valiente Cátedra Cagatora. Porque mientras el mundo se llena de discursos huecos, de palabras disfrazadas y de verdades estreñidas, alguien ha tenido el coraje de hablar claro, de llamar a las cosas por su nombre… y al cagar, virtud.