Alfonso XI y la batalla del Salado
30 de octubre de 1340 y un rey nacido en Salamanca libra una de las batallas más importantes para la historia de Occidente y de la Cristiandad. Tras la decisiva batalla de las Navas de Tolosa en 1212 no se podía retroceder ante un nuevo ataque musulmán.
Fue la última incursión del reino benimerines en tierras hispanas. No se podía fallar o las vidas, recursos y empeño de los últimos cien años harían retroceder la Reconquista. Al mando de las tropas castellanas, con el apoyo de las portuguesas, estaba Alfonso XI, rey castellano nacido en Salamanca en 1311. Fue apodado «El Justiciero», asumió el trono con 15 años, al ser declarado mayor de edad.
Hijo de Fernando IV de Castilla y Constanza de Portugal, que dio a luz en lugar desconocido de nuestra capital.
Gracias a él y a su ejército la Reconquista dio un paso más. Aún quedaban 150 años para la expulsión definitiva con la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos. Pero sin esta victoria en tierras de la actual provincia de Cádiz, no se podría haber llegado a tener los reinos de España bajo los mismos reyes.
Murió a causa de la peste negra en Gibraltar en la noche del Jueves al Viernes Santo del año 1350. Su cuerpo fue posteriormente llevado a Sevilla y en 1371 trasladado a la Capilla Real de la Catedral de Córdoba, donde permaneció durante más de trescientos años, en compañía de su padre, también sepultado allí. En 1736 fueron trasladados los restos de Fernando IV y Alfonso XI a la Real Colegiata de San Hipólito de dicha ciudad, fundada por el propio Alfonso XI en 1343 en conmemoración de la Batalla del Salado. Los restos mortales de ambos monarcas reposan en sarcófagos de mármol rojo, construidos en 1846.
Salamanca le homenajea con un medallón en la Plaza Mayor y una avenida que lleva su nombre.