Miguel de Unamuno y Jugo, rector perpetuo de la Universidad de Salamanca, regresó al Claustro del ocho veces centenario Estudio con su nombramiento a título póstumo como doctor honoris causa. Un emotivo acto de “reparación” y de “desagravio”, como defendieron sus nietos presentes en el Paraninfo, cuando acaba de cumplirse (el 20 de febrero de 1924) el centenario del destierro a Fuerteventura decretado por Primo de Rivera.
Sus nietos, Salomé y Miguel, “los últimos vivos de los seis que Unamuno conoció y tuvo en sus rodillas”, quienes recogieron los atributos tradicionales del nuevo doctor, y Pablo de Unamuno, médico y profesor jubilado de la Universidad de Salamanca, quien asumió la defensa de la máxima distinción académica de la USAL, expresaron su agradecimiento por la celebración de este acto, “que de hecho consiste en darle a Unamuno lo que es suyo desde hace un siglo, por decir siempre lo que pensaba, enfrentándose al poder, criticando y condenando su actitud represiva”.
El rector Ricardo Rivero refrendó esta idea en su discurso de reconocimiento “al más coherente de nuestros profesores, su más completo Rector, el intelectual de mayor audacia y compromiso de su tiempo y la persona con virtudes más admirables, rasgos personales que le costaron el destierro y otros muchos pesares, pero también le hicieron un héroe, con mayúsculas. Tal condición heroica es lo que sigue atrayendo de Unamuno, su vínculo con el arquetipo de quien pone en riesgo su vida según los cánones de la Tragedia, apuntó.
Y es que el autor de “Niebla” o “San Manuel Bueno, mártir” vivió su vida académica con gran intensidad. A su juicio, la Universidad era el lugar “sagrado de trabajo, templo de la sabiduría”, pero también encontró una institución “dormida, perezosa con escasa capacidad creativa” (“…a esta Universidad todo se le va en comisiones, misas, mascaradas y ceremonias”). Sus más de 19 años de rector en la Universidad de Salamanca transcurrieron en tres periodos distintos y fue destituido en los tres por los gobiernos legales o ilegales del momento.
En el primer periodo, con una duración de 14 años entre 1901 y 1914, tuvo que enfrentarse a problemas importantes, algunos graves, derivados de algaradas estudiantiles, o el peligro de desaparición de las Facultades Libres, Medicina y Ciencias, dependientes, hasta ese momento, de administraciones locales.
En el segundo periodo de 1931 a 1936, subdividido a su vez en dos periodos, los hechos son muy bien conocidos. Elegido por votación entre los miembros del Claustro en1931, ratificado por el presidente del Gobierno Alcalá Zamora como Rector Vitalicio en septiembre de 1934, con motivo de su jubilación. Destituido por Azaña en agosto del 36, incluso derogando el nombramiento de Rector Vitalicio. El tercer periodo de Rector fue un suspiro. Franco lo nombró y destituyó en apenas mes y medio, según recordó Pablo de Unamuno en su discurso de defensa del doctorado.
En su laudatio resaltó tres aspectos del curriculum de Unamuno: “sus méritos académicos, sus méritos literarios y su dedicación y entrega social y política al entorno en el que vivía”. Así, subrayó las virtudes académicas “de un maestro vocacional”, desarrolladas desde que obtuvo la cátedra en la USAL en 1891 hasta su jubilación en 1934. En total 44 años (39, si se descuenta el periodo de destierro/exilio) en los que introdujo “un estilo liberal que necesitaba la Universidad, enfrentándose a la derecha antiliberal y al integrismo tradicional dominante en la universidad y en la ciudad”.
Pablo de Unamuno ensalzó también su faceta literaria y su compromiso político y social, plasmado bajo el lema “libertad, justicia, tolerancia y la verdad por encima de todos”, valores que dejó en sus discursos y centenares de artículos periodísticos.
Para el rector la laudatio ha puesto claramente de manifiesto el “incontrovertible antiextremismo de Don Miguel, pues siempre se pronunció contra quienes negaban la tolerancia o la libertad de pensamiento. También es inequívoco su verdadero patriotismo, el amor a España por encima de imposturas”.
En este sentido, Rivero resaltó el valor de Unamuno por buscar “la verdad más profunda”. “Don Miguel -precisó- no asumía la recomendación de callarse, ni siquiera cuando se sucedían las condenas por sus periódicas columnas en los medios de entonces. Unamuno era coherente. Asaz grandeza la de su alma, tanta que rechazó el indulto y la amnistía que le hubiera privado del destierro. Su opinión no era negociable. Primero la verdad, decía él, y si tenía que renunciar a su libertad, a su posición académica, al rectorado y a las comodidades, estaba dispuesto a hacerlo, pero mantendría siempre sus ideas sobre los abusos del poder”.
En su discurso, el rector realizó también una encendida defensa de la Universidad como espacio de libre debate intelectual y de concordia entre personas que piensan distinto. “Esto siempre lo garantizó Don Miguel de Unamuno. Y quien lo dude ignora la realidad: en este mismo Paraninfo hemos denunciado las tiranías de uno y otro signo; homenajeado a defensores de la seguridad y de la libertad; dignificado las ciencias y las letras y siempre, siempre, respetado a todo el mundo. Este debería ser el unamuniano mensaje de la Universidad: la dignidad humana merece respeto”, apostilló.
Objetos de gran valor histórico
Durante el emotivo acto, destacó también el momento de la entrega a la Universidad de Salamanca por el Ministerio de Cultura del Título de Ciudadano de Honor de la República en favor de Miguel de Unamuno y la Banda con insignia de la Orden de la República, concedida a Miguel de Unamuno, procedentes del Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH). La entrega fue realizada por Severiano Hernández Vicente, director del CDMH de Salamanca, a Ana Chaguaceda, directora de la Casa Museo Unamuno, donde serán depositados.
Estos objetos, además de tener un gran valor histórico sentimental, complementan y contextualizan los documentos que ya se conservan en el Archivo de la Casa Museo, y permitirán ofrecer una visión más completa y atractiva de la personalidad y la trayectoria de Unamuno a visitantes e investigadores.
La Banda, confeccionada en moaré rojo con ribetes en blanco y rematada en lazo del que cuelga la insignia de la Orden de la República, fue concedida a don Miguel de Unamuno por la Presidencia del Consejo de Ministros de la Segunda República, a propuesta del Ministerio de Estado, el 14 de abril de 1934. Por su parte, la insignia está compuesta por una corona mural de la que pende una medalla circular con la imagen alegórica de la República en su interior, rodeada de ocho brazos malteses con esmaltes a fuego rojos y adornos vegetales.
Por su parte, el Título de Ciudadano de Honor de la República le fue concedido el 14 de abril de 1935 por la Presidencia del Consejo de Ministros, a propuesta del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Dadas las características del soporte del original, se trata de una copia en papel de 53 x 44 cm. En este grabado se puede leer como título formal: «La nación agradecida, nombra Ciudadano de Honor a Miguel de Unamuno Jugo» y está firmado por Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, y por Alejandro Lerroux, presidente del Consejo de Ministros.
En este sentido, según el director del CDMH de Salamanca se tiene conocimiento de que el propio don Miguel devolvió al gobierno republicano estas distinciones, en la etapa inmediatamente anterior al golpe de Estado de julio de 1936. Tampoco se ha conservado la medalla de oro que Unamuno recibiría, de acuerdo con el Decreto de 23 de marzo de 1934, donde se especificaba que el Ciudadano de Honor tenía honores y precedencia después de los miembros del Gobierno y recibía de la Nación una medalla de oro especialmente grabada, que llevaba en el anverso una alegoría de la República y en el reverso la mención siguiente: “La Nación, agradecida, nombra Ciudadano de Honor a D…, el 14 de Abril de 19…, Fiesta Nacional”.
La procedencia del título y de la banda es la colección adquirida en 1997, por la Secretaría de Estado de Cultura, al conocido escritor y periodista del círculo del presidente Adolfo Suárez, don José María Armero, presidente de Europa Press, y que ingresó en el Centro Documental de la Memoria Histórica en 2001.
Completó esta sesión académica, que surgió por la iniciativa de los hispanistas Colette y Jean-Claude Rabaté, la proyección de un vídeo con testimonios sobre la vida y obra de Unamuno, en el que participaron unamunólogos como Luis García Jambrina, Eugenio Luján, Francisco Blanco, los cineastas Manuel Menchón y Alejandro Amenábar, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, entre otros, además de personal docente, investigador y técnico de la USAL. El Coro de la Universidad de Salamanca puso la nota musical con la interpretación de tres composiciones: Zeruan eder ilargia, de J. A. Donostia (1886-1956), con el que se abrió el acto; Noche cariñosa (final del poema Al Cristo de Velázquez), de Juan Alfonso García (1935-2015); y el tradicional Gaudeamus Igitur, armonización de Jesús Guridi (1886-1961), con el que se cerró la sesión.
Descubrimiento de un Vitor
Previamente fue descubierto un Vitor conmemorativo en el muro de acceso al Paraninfo con el lema “No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas”. El contó con la presencia de Ricardo Rivero, rector de la Universidad de Salamanca; Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León; Carlos Manuel García Carbayo, alcalde de Salamanca; Ignacio S. Galán, presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca; sus nietos Pablo de Unamuno Pérez, padrino en el acto; Salomé de Unamuno Adarraga y Miguel de Unamuno Adarraga; y Ana Chaguaceda.
Poemas del destierro
Además, entre las novedades que incorporó la ceremonia resaltó también la entrega a todos los asistentes de un bloc postal poético, titulado “Hacedme, al fin, el que soñé, poeta”, editado por Ediciones Universidad de Salamanca. Se trata de una breve antología de poemas escritos por Miguel de Unamuno durante sus años de destierro, en los que se refleja “el rechazo de la injusticia, la denuncia de los excesos de los poderosos y la audacia suficiente para ponerse en peligro por coherencia”, según indica el rector Ricardo Rivero en el prólogo de esta publicación cuya fotografía de portada reproduce una imagen poco conocida de la tertulia del café “La Rotonde” en Montparnasse, tomada en París en 1924.