El Museo Art Nouveau y Art Déco – Casa Lis de Salamanca ha inaugurado hoy la exposición temporal “Fernando Botero. Sensualidad y melancolía”, una muestra patrocinada por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León en la que se realiza un recorrido por la trayectoria artística de uno de los grandes creadores de nuestro tiempo a través de sus pinturas, dibujos, acuarelas y esculturas.
La trayectoria de Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932- Mónaco,2023) es una de las más destacadas del panorama artístico mundial, ya que ha sido capaz de desarrollar un lenguaje propio gracias a su inconfundible personalidad y el uso del volumen en las formas. Esta característica forma de entender el volumen le acompaña desde que se inició en la pintura, si bien no llegó a desarrollarla hasta que se instaló en Europa y pudo apreciar de cerca las características del Renacimiento.
Otra de sus señas de identidad es la paleta cromática que elige para crear: el artista domina el uso del color de una forma vibrante, logrando que el cromatismo empleado en sus obras sea una de sus características más reconocibles. Así, su universo muestra un halo de melancolía que pareciera estar guiado por Saturno, a la vez que la sensualidad apoderándose de las formas volumétricas que empleaba. Estas formas pueden apreciarse tanto en sus pinturas como en los dibujos y acuarelas que se exhiben en esta exposición. Y, por supuesto, no podían faltar sus icónicas esculturas, donde su volumen característico alcanza una mayor fuerza gracias a su tridimensionalidad.
La exposición está estructurada en varios espacios en los que se muestran diferentes obras con el hilo conductor de su temática y/o técnica. Así, el visitante descubrirá en el Museo Casa Lis cómo existen temas recurrentes que acompañan a Fernando Botero desde los años sesenta hasta nuestros días. Se trata de contenidos que nos transportan a sus raíces colombianas, donde la música, el carnaval y el baile se convierten en protagonistas y dan testimonio de la importancia de las relaciones humanas en su narrativa. Además, destacan entre sus temas preferidos la dedicación al universo femenino a través de distintos iconos cristianos, la tauromaquia y los desnudos. A ellos se suman las creaciones dedicadas a las naturalezas muertas y el plein air, obras que dan fe de la capacidad de Fernando Botero para de abordar con el mismo talento los grandes temas de la historia del arte y, a la vez, escenas de la vida cotidiana. Su mirada traspasa la realidad y se deja llevar por una imaginación desbordante logrando que su universo sea identificable a primera vista y que su trazo sinuoso y voluminoso le hayan llevado a tener un estilo propio conocido mundialmente como boterismo.
Carnaval, circo y baile
Las obras de Fernando Botero en las que es más fácil apreciar su carácter autobiográfico son aquellas en las que evoca la esencia colombiana presente en su niñez y juventud, especialmente cuando aborda distintos temas de ocio o diversión como el circo, el carnaval y el baile con una paleta de colores vivos. Sobre la vivacidad de los colores, él mismo afirma que “los colores del circo son especiales. Uno puede pintar colores tan salvajes como quiera porque que siempre van a ser lógicos. Además, está la poesía de esta gente nómada que vive en trailers”.
No obstante, el autor también necesita descansar de ese uso tan potente del color y en ocasiones, como si necesitase una cura, lo consigue gracias al dibujo. El carboncillo y la sanguina son entonces sus mejores aliados. Otorga así un valor extra a lo monocromático, siendo consciente de que esa monocromía comprende una mayor complejidad.
Plein air
Los creadores han contado con el paisaje como un género artístico a través del cual desarrollar sus ideas y sus posiciones hacia el mundo natural y el lugar que ocupa el hombre dentro de este. La pintura a plein air comportó la salida del pintor de su estudio en búsqueda de un contacto directo del medio natural. Los artistas ya no se limitaban a tomar notas del paisaje, sino que era en medio de éste donde realizaban sus obras definitivas. Los bocetos que antes alumbraban sobre la naturaleza ya no eran necesarios; eran capaces de desplazarse con sus lienzos y sus pinceles a la naturaleza y estudiarla in situ. Es entonces cuando las fuerzas de la naturaleza empiezan a considerarse sublimes, los artistas pintan todo lo que ven, la naturaleza en estado puro, los cambios de luz, de estación, los campos labrados… Esta actitud plenarista provoca un cambio radical en la forma estética y plástica de entender el paisaje y se convierte en un elemento digno de ser estudiado, analizado y representado. En las obras de Botero el paisaje, incluso el urbano, adquiere un protagonismo igual o mayor que el de los personajes que aparecen en él.
Naturaleza muerta
Los bodegones de Botero, aunque llenos de vida, acusan un gusto marcado por otros artistas españoles como Velázquez, Sánchez Cotán o Pacheco. Además, el colombiano se enmarca dentro de la delectación de Cézanne por este género, que fue capaz de revolucionar la historia del arte con una fruta, como él mismo advirtió cuando dijo “asombraré a París con una manzana”. Precisamente, Virginia Woolf se refirió así a los bodegones de Cézanne: “¿Qué pueden ser seis manzanas? Está la relación entre cada una de ellas, el color y el volumen. […] Su pigmento parece desafiarnos, tocar nuestro nervio, estimularnos…”.
Universo femenino
En esta selección, Botero presenta figuras solitarias, una constante en toda su trayectoria, donde la existencia física es primordial. Estamos en muchos casos ante personajes melancólicos, de manifiesta sensualidad que, en un juego magistral de contrastes, se contraponen a otras obras repletas de personajes. Llaman poderosamente la atención sus vestimentas, que corresponden a la moda de los años cincuenta, como si el tiempo no corriera. Todos están anclados en esos recuerdos nostálgicos de la niñez y juventud del artista, haciéndonos partícipes de una melancolía romántica. La influencia de la tradición pictórica española es importante en la elección de sus temas ya que, por ejemplo, en «Santa Rosalía» vemos la recuperación de la iconografía religiosa abordada por Zurbarán.
El desnudo
Fernando Botero siente pasión por los maestros del pasado, quienes encontraron en el cuerpo desnudo uno de los temas predilectos de la historia del arte. Desde la Antigüedad, los países occidentales han manifestado ese interés por el misterio de las formas humanas. Así, en la Grecia clásica el desnudo suponía la idealización del cuerpo y expresaba tanto la belleza física como la nobleza del espíritu. Su estudio fue una de las bases de las enseñanzas artísticas hasta finales del siglo XIX y los estudiantes recibían clases a partir del modelo real, si bien debían reinterpretarlo siguiendo a los clásicos, especialmente a Miguel Ángel para el desnudo masculino y las obras de Tiziano para el femenino.
Aunque el desnudo femenino en el arte anterior al siglo XIX mostraba a las mujeres en actitudes pasivas, durmiendo desnudas o tumbadas ante un espectador que contemplaba la escena, los hombres eran retratados desarrollando algún tipo de actividad. Por su parte, Botero se aleja de la influencia de los clásicos y muestra a las mujeres en una actividad incesante, como parte de ese álbum de la nostalgia que son sus obras, donde la mujer forma parte de la vida diaria, del ocio, y de la alegría que, a pesar de la melancolía por el tiempo pasado, inunda las obras de este genio. También en sus creaciones hay lugar para el cuerpo desnudo del hombre, y aquí se acerca a la tradición artística realizando sus interpretaciones personales de Adán y Eva, donde subyace la pérdida de la inocencia y pone en valor la belleza del cuerpo humano.