Otro ejemplo de patrimonio devastado por el tiempo, pero esta vez se trata de un pueblo entero: Salvatierra de Tormes. Cuando llegas a esta localidad parece que ha sido bombardeada con la mayoría de sus construcciones melladas y sin tejado.
Pero la razón de su tétrico aspecto no es debido a una guerra. El culpable es el embalse de Santa Teresa que lo orilla, y cuya construcción en los años sesenta del siglo pasado conllevó la huida de la mayoría de los vecinos, al anegarse no el pueblo, sino las mejores tierras que, junto con las expropiaciones, significó casi su final. Con ello se abandonó su castillo, una sinagoga, casas señoriales y la muralla. Y, aunque es poco lo que queda, el pueblo parece levantar cabeza y no te da la impresión de que esté dejado en absoluto.
Ahora, Salvatierra de Tormes ligeramente elevada sobre el embalse de Santa Teresa, mira de frente al culpable de su infortunio, del arruinamiento de su historia.
Los orígenes de la localidad se remontan a los romanos y visigodos, como muestran los hallazgos en un yacimiento dentro de su término, actualmente bajo las aguas del pantano. No obstante, la fundación del pueblo en el asentamiento actual se remonta a la época de la repoblación, llevada a cabo por el rey de León Alfonso IX a principios del siglo XIII.
Su posición estratégica en el valle del río Tormes y la cercanía a la frontera con el reino castellano, hizo que la villa prosperara, dotándola de un castillo y de un recinto amurallado. A lo largo de los siglos el pueblo fue creciendo: se construyeron la sinagoga y la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Monviedro, de origen románica, pero con consecutivas reformas en siglos posteriores. Se levantaron grandes casonas de piedra blasonadas, lavaderos, caños, una antigua cárcel y escuelas.
Salvatierra se salvó del agua, pero no pudo escapar de la dura realidad de la tierra. Y, aunque pudo convertirse en una escombrera de pizarra y ladrillo, su silueta pervive deseosa por contarnos su historia.