Rodrigo Cortés y Tomás Hijo presentan La piedra blanda: una fábula gráfica esculpida entre palabras y gubias
La piedra blanda, una obra a medio camino entre lo literario y lo plástico, entre la tradición y el mito, firmada por dos creadores de referencia, Rodrigo Cortés y Tomás Hijo.
Más que un libro, La piedra blanda es una fábula gráfica insólita, profundamente simbólica y rica en texturas. Nacida de la sinergia entre el cineasta y escritor salmantino Rodrigo Cortés (Concursante, Buried, El amor en su lugar) y el ilustrador y grabador Tomás Hijo, profesor en la Facultad de Bellas Artes y colaborador habitual de nombres como Guillermo del Toro o Neil Gaiman, esta obra es una inmersión poética en el alma de la tradición narrativa hispánica.
El libro nos sumerge en la vida de Pedro de Poco, un personaje que «nació boca abajo y a la segunda», y cuya existencia transcurre entre lo marginal y lo prodigioso: ha sido monje, ladrón, santo, pastor… y al mismo tiempo nada de eso. Su historia está tejida con las hebras de lo minúsculo y lo milagroso, en un mundo donde jilgueros, sirenas, grajos y niños que tocan la vihuela comparten espacio sobre un suelo lleno de milagros que nadie ve. Pedro de Poco «no es indiferente, es solamente una piedra que late. Una piedra blanda».
Esta construcción literaria, con ecos de la tradición picaresca y medieval, es también un homenaje a “los orígenes de todos los libros”, según sus autores. Hay una clara intención de volver al relato como arte esencial, casi sagrado, transmitido como una oración laica entre palabra e imagen.
Ambos autores subrayan que La piedra blanda no es una novela ilustrada al uso, sino un trabajo coral y simultáneo, donde ni texto ni imagen son protagonistas únicos, sino que se entrelazan como una composición musical. Rodrigo Cortés lo explica con claridad:
“La piedra blanda, huelga decirlo, no es texto ilustrado, es un motete a dos voces, una fuga a cuatro manos; nada es antes ni es después, todo es un cantar de ida y vuelta*”.
Por su parte, Tomás Hijo recuerda el momento en que Cortés le compartió el primer borrador:
“Lo leí mientras se zampaba una tostada enorme. El texto estaba lleno de misterios contados con franqueza y de imágenes deslumbrantes invocadas como cosas corrientes. Sentí esa emoción rara de cuando sabes que tienes que agarrar un lápiz y empezar a dibujar sin pensarlo demasiado”.