La revista Hola ha publicado un reportaje en el que escribe que el de Monterrey no es un palacio cualquiera, es el de Carlos Fritz James Stuart, su residencia en la capital salmantina. Vuelve cada vez que tiene ocasión, en él están sus recuerdos familiares y su colección de arte. Lo hemos visitado y te descubrimos sus secretos.
Entrar en el Palacio de Monterrey es hacerlo en un lugar íntimo y a la vez un museo. No tiene los lujos de otros palacios de la Casa de Alba, como el de Las Dueñas o el de Liria, ni sus jardines en los que recrearse, pero tiene el encanto de ser un hogar habitado. Por fuera, es un edificio monumental, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura del Renacimiento y máximo exponente del plateresco; por dentro, una casa vivida.
Tomando la peatonal calle Compañía vemos, una tras otra, algunas de las grandes joyas patrimoniales de Salamanca, empezando por la Casa de las Conchas, la Clerecía –sede de la Universidad Pontificia–, varios conventos, la iglesia de San Benito, en la plaza del mismo nombre, y, frente a la iglesia conventual de la Purísima, el palacio de la Casa de Alba, que mandó construir en el siglo XVI el tercer conde de Monterrey.
La arquitectura y la historia del palacio la empezamos a descubrir en el exterior, siguiendo las indicaciones de la audioguía que facilitan en la taquilla. Sentados en uno de los bancos de la plaza de las Angustias contemplamos la magnífica fachada de este edificio rectangular que sirvió de inspiración para otros muchos, como el Museo Arqueológico de Sevilla, el Palacio de la Diputación de Palencia o la Academia de Caballería de Valladolid.
Conocemos que el proyecto fue un encargo a los arquitectos Rodrigo Gil de Hontañón y a fray Martín de Santiago, que en su construcción participaron numerosos artistas, artesanos y canteros locales y que su fachada lateral es solo una parte de la que se proyectó, pero aún así es magnífica. La adornan torreones con escudos de armas, cresterías caladas que son una auténtica filigrana en piedra y chimeneas de inspiración francesa. Harían faltan horas para verla en detalle.
Pero la audioguía nos lleva ahora, ya sí, a recorrer sus salas, que en el siglo XIX acogieron una escuela pública y hoy, en manos de la Fundación Casa de Alba, están abiertas a las visitas para conocer su legado. El recorrido por sus cuatro plantas guía por sus salones, decorados con cuadros y fotografías familiares, en las que se ve a Carlos Fitz-James Stuart, a sus dos hijos, Fernando, duque de Huéscar y Carlos, conde de Osorno, a sus padres, doña Cayetana y don Luis Martínez de Irujo, a su abuelo Jacobo…, retratos familiares como los de cualquier casa.