La obra sacra de Maíllo transforma el trasaltar de la Catedral en un “banquete de color”

El sueño del canónigo emérito Daniel Sánchez se ha materializado en el muro que estaba desnudo tras el altar de la Catedral Nueva de Salamanca, con la inauguración de la obra: “El pensamiento ante el misterio de la Creación, Redención y Resurrección”, del pintor Florencio Maíllo. Esta pintura, encargada por el fallecido canónigo, se alza imponente con sus 8×4 metros, llenando ese espacio y creando un rincón especial en el que se establece un diálogo artístico y espiritual con la talla románica del “Cristo de las Batallas” y la contemporánea, “Cristo vuelve a la vida” de Venancio Blanco, ubicadas frente a él.

Visiblemente emocionado, el artista tomó la palabra para agradecer a todos los presentes por acompañarle “en este momento único” y por el apoyo recibido durante todo el proceso de creación. Y extendió un agradecimiento especial al Cabildo y a la familia de Daniel Sánchez, que han cumplido el deseo de “ver instalada la obra que él ofreció a la Catedral; a los modelos que posaron: Jaime Royo (El Creador), Isabel Rodríguez (Magdalena), José Tabernero (San Juan), María Guerras (Virgen), Jesús Martín (Jesús); así como a sus “ángeles de la guarda” en este proyecto, Antonio Cea José Manuel Castaño, a quienes está dedicada la obra, y al director del Servicio diocesano de Patrimonio artístico, Tomás Gil, su “ángel de la guarda plástico”. Éste ofreció al artista “una ayuda esencial” en un momento de inseguridad en el que “la pintura no se desprendía de su carácter decorativo, académico y estético”. “Me dijo: ‘Sé tú’”. Fue entonces cuando la obra encontró su sentido como arte sacro devocional, incorporando a “El Pensador” en el epicentro de la pintura, dando sentido al tema: “El pensamiento ante el misterio de la Creación, Redención y Resurrección”.

Durante su intervención, Florencio Maíllo compartió anécdotas personales, recordando con especial cariño al religioso agustino Teófilo Viñas, quien le enseñó “las técnicas del óleo y la encáustica y la preparación de soportes”, a quien calificó como “maestro generoso”, y a Jaime Royo, que fue su mentor en su juventud.

Refiriéndose a su obra, Maíllo resaltó tres conceptos clave que guiaron su trabajo: “compromiso, responsabilidad y fidelidad”. Compromiso “con el encargo de Daniel Sánchez y sus hermanos”. La responsabilidad que surge al aceptarlo y “dialogar con un edificio como la Catedral”. Y, fidelidad a su forma de hacer y que se caracteriza por “integrar la tradición con la contemporaneidad”, porque como explicó, “el lenguaje plástico aflora de un modo natural en mí”.

El antropólogo Antonio Cea, amigo del pintor y testigo del proceso creativo fue el encargado de describir con detalle la obra y explicar cómo, en el año 2000, don Daniel encargó a Maíllo la realización de esta pintura, una composición que debía integrar tres escenas: en la parte superior el Padre eterno, a la derecha la Crucifixión, y a la izquierda, la Resurrección. Este encargo planteaba grandes desafíos tanto técnicos como narrativos, al incluir siete personajes (Cristo, la Virgen, San Juan, San Pedro y San Juan, la Magdalena y el Resucitado), además del Creador – este último con un tamaño mayor-, y varios relatos, que Maíllo logró superar con destreza.

Antonio Cea describió cada una de las escenas de esta nueva obra creada por el pintor serrano para la Catedral. Un trabajo que le llevó dos años, durante los cuales mantuvo un diálogo frecuente con el canónigo, quien siguió de cerca todo el proceso “viendo como iba cobrando forma”, como apuntó Maíllo. Aunque Daniel Sánchez vio la obra terminada, no llegó a contemplarla en el lugar que había soñado.

Cea destacó la “calidad pictórica” de la figura del Padre eterno bajo la bóveda azulada, “que desborda cualquier expectativa”, así como las licencias del pintor, como los bustos de cinco familiares, “casi imperceptibles”, situados alrededor de la cabeza del Creador, “con sus nombres y parentesco, salvados del olvido”, y junto a ellos, dos filactelias que dicen: “Ha muerto por cada uno de nosotros” y “Ha resucitado para daros vida”.

Respecto a la escena de la Crucifixión, Cea subrayó cómo Maíllo sustituye las gotas de sangre de Cristo “por 56 cuchillas argentadas y esquirlas“, que evocan bombas de racimo y señalan el “particular calvario que estaba viviendo Ucrania mientras se gestaba el cuadro”. Otro aspecto que apuntó el antropólogo fue la “excepcional calidad y hermosura del Gólgota“, que, a su juicio, “es lo mejor de la composición”. Esta parte se sitúa bajo el brazo izquierdo de Cristo y sobre la cabeza de San Juan, “como un cuadro dentro del cuadro”. En ella se representan los dos ladrones y, en el horizonte, la Catedral de Salamanca,  “como Jerusalén de oro”.

Y respecto a la escena de la Resurrección, Maíllo representa el paso de la cruz a la luz, con la imagen del Resucitado como “protagonista victorioso” y un “bosque de 14 cirios encendidos”, que simbolizan “a los creyentes que han resucitado con él”, a modo de tenebrario, y donde Cristo “es la vela quince”.

Finalmente, se refirió a la figura de “El Pensador” de Auguste Rodin, “una cuarta escena” oculta en la mitad del cuadro”,  punto central óptico de la obra, en la que el pintor reserva el pensamiento de la creación, redención y resurrección.