El 17 de mayo de 2024 se cumplieron 120 años de la muerte del obispo Tomás Jenaro de Cámara y Castro, conocido como “Padre Cámara”. Había nacido en la localidad de Torrecilla de Cameros (Logroño), el día 22 de septiembre de 1847, fue religioso de la Orden de San Agustín, y fue obispo de Salamanca durante diecinueve años, de 1885 a 1904, año en el que falleció a los 56 años de edad, por problemas derivados de su diabetes, en Villaharata (Córdoba). Fue enterrado en la capilla de Santa Teresa de la Catedral Nueva de Salamanca, donde reposan sus restos en un sepulcro que fue restaurado en 2004, con motivo del centenario de su muerte.
Como ya hemos publicado en otro lugar, se podrían enunciar infinidad de cosas de la actividad, espiritualidad, filosofía, y relevancia histórica del P. Cámara. Sin embargo, en este recuerdo nos centraremos en indicar algunos de sus logros, sin olvidar el interés de la obra literaria y pastoral que el mismo P. Cámara desarrolló ya desde mucho antes de ser preconicado obispo auxiliar de Toledo, su primer destino, en el año 1883. De hecho, con motivo del centenario de su nacimiento, se publicó un volumen interdisciplinar como un número de la revista La Ciudad de Dios, que el mismo P. Cámara había fundado. Dicho volumen corrió a cargo del Cabildo Catedral de Salamanca y de ediciones Escurialenses y es una de las mejores recopilaciones sobre su persona y obra.
Una de las constataciones inmediatas al examinar la figura del obispo Cámara es que fue un hombre polifacético, que desarrolló una eficiente actividad en áreas muy diversas. Produce asombro el solo recuento de las iniciativas pastorales y sociales que llevó a cabo, mayor aún si cabe si consideramos la dificultad y trascendencia de muchas de ellas. Basta un somero repaso de sus principales áreas de actividad para justificar esta admiración.
Su tarea pastoral se desarrolló con intensa dedicación a los diocesanos en el ministerio de la Palabra, la enseñanza magisterial de sus escritos, la administración de los sacramentos y la cercanía humana con todos, especialmente los más necesitados. Su solicitud pastoral le llevó a escribir largas, densas y frecuentes pastorales sobre temas fundamentales de la doctrina de la Iglesia y muchos otros documentos más breves, para atender de ese modo a las exigencias espirituales de su pueblo. Se ha dicho, y con razón, que fue un largo y fecundo pontificado, quizá el más importante entre todos los pontificados salmantinos según testimonio de personas autorizadas.
Ejemplo de su actividad puede ser el hecho de que visitó casi tres veces la diócesis, superando las dificultades de entonces para viajes y alojamientos. El Boletín Oficial del Obispado de esa época nos da cumplida cuenta de esta que podemos denominar febril actividad. También llevó a cabo un nuevo arreglo parroquial cuya ejecución se realizó el 1 de enero de 1887. En ese arreglo dividió la diócesis en diecinueve arciprestazgos, suprimió en la ciudad diecinueve parroquias quedando solamente nueve, número más lógicamente proporcionado al censo de población que era por entonces de 25.000 habitantes. Creó entonces las parroquias de El Carmen y La Purísima.
Otro hito fue la convocatoria y celebración de un Sínodo diocesano en 1889. Las constituciones sinodales fueron aprobadas el 26 de septiembre del mismo año con estos capítulos: “La fe”, “La religión”, “Personas eclesiásticas”, “Cosas sagradas”, “Apéndices“. Todo ello iba a producir mayor conciencia pastoral.
En 1890 organizó la Santa Misión general en la ciudad. Más tarde, en 1896, aprobó los estatutos de la Cofradía del Rosario y ordenó que fuera establecida en todas las parroquias de la diócesis.
Promovió eficazmente la restauración de templos y casas parroquiales, promulgando medidas adecuadas para garantizar el mantenimiento de los edificios eclesiásticos. Asimismo, construyó nuevos edificios, acordes con la magnificencia arquitectónica de Salamanca. En este apartado hay que destacar la construcción de nueva planta de la iglesia de San Juan de Sahagún y del Palacio episcopal, la planificación e inicio de obras de la Basílica teresiana de Alba de Tormes, sin olvidar otras muchas reconstrucciones y reparaciones como las de la Catedral, de otros templos y de las casas parroquiales. Igualmente, obtuvo la calificación como monumentos histórico-artísticos en favor de las dos catedrales, el convento de San Esteban y la iglesia de Sancti Spiritus.
En el campo social, luchó contra el analfabetismo, combatió la pobreza con métodos básicamente tradicionales, se preocupó por dar trabajo y formación a los obreros, facilitó la concesión de créditos a ganaderos y agricultores, asistió a los apestados por una epidemia de cólera, construyó un hospital en Macotera e hizo posible la pervivencia y construcción de nuevo pabellón en el Hospital de la Santísima Trinidad de Salamanca.
También promovió la formación del clero, elevando el nivel de los estudios, como había hecho anteriormente dentro de la Orden de San Agustín. Para ello, cambió el plan de estudios del seminario y fundó un Centro de Estudios Superiores en la diócesis, concretamente en el Colegio de Calatrava, para lograr una mejor especialización del clero. Con esta actuación marcó toda una época de sacerdotes que fueron conocidos como «camaristas». En línea con la presencia de la Iglesia en el campo de la educación, también trabajó en el proyecto de una universidad católica en Madrid.
Desde la mentalidad eclesiástica de su tiempo, mostró mayor apertura que muchos contemporáneos, defendiendo un cierto liberalismo práctico, en cuanto que aceptaba la participación de los católicos en la vida política, mientras que empleó gran rigor con los católicos que, por su integrismo, se oponían en este punto a las orientaciones del Papa.
En el ámbito nacional, intervino, en su condición de senador electo por la Provincia Eclesiástica de Valladolid, en las campañas legislativas de la época, de las que se distingue su participación como senador en la elaboración del Código civil de 1889. Como obispo con liderazgo dentro del episcopado de la época, estuvo muy presente en los congresos católicos. Además, fue un obispo convencido de la importancia de los medios de comunicación y, en consecuencia, promovió varias publicaciones periódicas, destacando el periódico El Lábaro o La Basílica Teresiana, y fundó la imprenta Calatrava.
La figura del P. Cámara y, adicionalmente, la Salamanca de su tiempo, resultan una referencia siempre atrayente para conocer nuestro pasado inmediato y contribuir al conocimiento no sólo del obispo Cámara, sino también de su época. Por ello, hacemos este recuerdo invitando a las generaciones más jóvenes al descubrimiento de tan preclaro personaje y, siempre, a la relectura de su persona y obra.