Javier Prieto, periodista y fotógrafo, publica en su web «Siempre de paso» que hay balcones de privilegio. Como los que se asoman a la calle de la Estafeta, en Pamplona: ver correr los toros desde cualquiera de ellos vale un pastón –sobre todo si es en el que estuvo Hemingway (aunque nunca estuviera)-. El problema es que además de dinero, hace falta que sea el momento adecuado.
Pero también los hay gratuitos y, además, disponibles en cualquier momento del año. Como, por ejemplo, los que se asoman al tajo vertiginoso que labra el Duero en sus últimos kilómetros por la geografía salmantina. Recorrerlos da para completar, entre unos y otros, una larga jornada de curvas y vértigos escudriñando los fondos insondables –casi- de un Duero salvaje y agreste.
Lo de que asomarse a los abismos tiene algo de irresistible y sagrado a la vez lo sabían ya nuestros ancestros más lejanos. No son raros los monasterios, ermitas o iglesias orillados al precipicio. Ni tampoco los castros celtas que aprovechaban cualquier prominencia del terreno para encastillarse entre bolos de granito y paredones imposibles de trepar hasta para las lagartijas. Eso es lo que sucede en el primer alto de este viaje, el Teso de San Cristóbal, un saliente rocoso sobre el que campea la ermita del mismo nombre, a 2,5 km de Villarino de los Aires. En este balcón natural se han localizado evidencias de un castro prerromano de la II Edad del Hierro. El resalte rocoso, una pequeña explanada en lo alto de este teso a 663 metros de altitud, se divide claramente en tres zonas: el aparcamiento -junto al que se localiza un pequeño coso para capeas y un chozo de maneras tradicionales empotrado entre rocas-, la ermita y, hacia la izquierda, lo que pudo ser un santuario rupestre. En torno a la ermita, que fue reconstruida a finales del siglo pasado, pueden verse también dos tumbas talladas en el granito, posiblemente de época medieval.
Pero la zona de mayor interés es la que se alcanza hacia la izquierda, a través de unos escalones también de roca. Los caprichos de la erosión, que sobre el granito obra maravillas fantasiosas, pudieron ser aprovechados aquí para tejer en torno a estos peñascos orondos y en equilibrio un santuario dedicado a honrar divinidades prehistóricas. Es probable que los cuencos, canales y asientos tallados por el agua de lluvia y los hielos sirvieran también como escenario de sacrificios y oraciones. Pero lo que sí está claro es que es difícil encontrar un sitio mejor para quedarse embobado mirando el paisaje, tan alejado del mundo como el río Tormes que se ve allá abajo, unos metros antes de fundirse con el Duero, o la localidad portuguesa de Bemposta, muchos kilómetros más allá en el horizonte, Duero mediante. Propicio a experiencias menos solitarias es el otro mirador de Villarino, el de la Faya, un amplio balcón con vistas al Duero al que se puede llegar a pie desde la plaza del pueblo.
También hay evidencias de habitación prehistórica y posterior ocupación romana en el rellano sobre el que se asienta la ermita de Nuestra Señora del Castillo, muy cerca de Pereña de la Ribera. La propia denominación de la ermita recuerda el carácter defensivo de esta elevación, que presenta un desnivel cercano a los 400 metros entre la ermita y el lecho por el que discurre el río.
El río se encajona tanto y tan profundo al alcanzar Aldeadávila de la Ribera que fue el lugar escogido para tender entre las dos orillas uno de los varios saltos de agua que jalonan su discurrir encañonado. A los asomaderos naturales hasta los que es posible caminar desde Aldeadávila –Rupurupay, El Lastrón o Rupitín- hay que sumar el mirador del Fraile, uno de los más populares de Las Arribes por la facilidad con la que se alcanza en coche y las vistas que ofrece sobre la presa. Se localiza al final de la carretera que se dirige hacia esta. Muy cerca queda el Picón de Felipe, hasta el que se accede desde la carretera a pie en un corto paseo.
Otro mirador hasta el que merece mucho la pena acercarse es el que se localiza en lo más alto de la presa de Aldeadávila, con unas estupendas vistas tanto sobre el cañón como sobre la misma presa. Para llegar hasta él es necesario acercarse hasta el Poblado del Salto. Esta pequeña urbanización fue construida en 1962 en torno a las ruinas del convento abandonado de Santa Marina la Verde para dar albergue a los trabajadores relacionados con la presa. El convento también fue conocido como Santa María de Manzanera o Manzaneda y estuvo habitado por franciscanos desde su establecimiento en 1444 hasta que la Desamortización los desalojó en 1835. En 1523 se estableció en él un estudio de Gramática. Desde el poblado, una retorcida, estrecha y vertiginosa carretera -no apta para autocaravanas ni vehículos anchos o largos- culebrea hasta las instalaciones de la central ubicados en lo alto junto a las que se sitúa el acceso al mirador.
Este peregrinar de alturas y profundidades continúa hacia Mieza, donde se localiza el mirador de La Code, balcón con ermita y Virgen de mucho carisma en la zona, y Vilvestre, localidad famosa por su rollo jurisdiccional de filigranas góticas. En la parte alta del pueblo de nuevo ermita, Virgen del Castillo, balcón para ventilarse y restos de ocupación prehistórica. Esta vez la rareza de “un taller ocupacional”, el lugar en el que hombres del Neolítico ponían a punto herramientas y armas. En la subida hacia el castillo una calle encarrila hacia El Reventón de la Barca, un mirador de nueva construcción en el que se instruye sobre la importancia de las barcas para comunicar, en tiempos ya lejanos, ambas orillas.
Saucelle tiene también su salto de agua y su larga ristra de miradores. Al de Las Janas se llega siguiendo las indicaciones en la salida hacia Portugal. Algo más abajo se localiza el mirador del Salto.
La conexión entre Saucelle e Hinojosa de Duero por la SA-330 es de las que quedan grabadas en la memoria: curvas y contracurvas sortean los abismos inesperados por los que se hunde, en esta ocasión, el río Huebra. Sin quitamiedos que estorben la vista sobre las profundidades ni amortigüen el más mínimo despiste, la carretera, bordeada de chumberas y rocas desprendidas de las alturas, esquiva precipicio tras precipicio hasta alcanzar las honduras del puente del Puerto de la Molinera. Después acomete la corta remontada que lleva hasta el mirador que se asoma al chorro desbocado del Cachón de Camaces, un tobogán de aguas turbulentas que baja ahora con la plenitud propia de la época de lluvias.
Muy cerca de Hinojosa, pero en la carretera que baja hacia el salto de Saucelle, se localiza el mirador del Contrabando, que incluye entre sus dotaciones un catalejo con el que atisbar los recovecos por los que se desarrollaba esta práctica, común en el pasado a toda la franja fronteriza hispano portuguesa.
Por muy harto que se esté de curvas y balcones no debería pasarse por alto –nunca mejor dicho- el mirador de Mafeito. Hasta él acerca una pista de tierra que arranca de la carretera que enlaza La Fregeneda con Portugal. En pocos lugares se aprecia mejor el mosaico de bancales, ordenados olivares y viñedos que se descuelgan por las abruptas laderas portuguesas. Al caer la tarde, con el Duero dibujando su raya de plata y el sol acariciando estos campos de sudor, parece que bastara con alargar la mano para cambiar de lugar las casitas, recomponer los caminos entre los canchales o echar a navegar un barquito de papel.
EN MARCHA. El noroeste de la provincia salmantina hace frontera con Portugal a través de los cañones que taja el Duero en su discurrir hacia el Atlántico. Este viaje busca algunos de los miradores más accesibles de cuantos se asoman esos cañones, todos ellos dentro del espacio natural protegido Arribes del Duero. El inicio de este itinerario se localiza en Villarino de los Aires, hasta donde puede llegarse por la carretera que une Salamanca, Ledesma y Trabanca. Desde esta última surge la conexión con Villarino.
INFORMACIÓN. Parque natural Arribes del Duero: www.patrimonionatural.org. Diputación de Salamanca: www.lasalina.es/turismo.