[La opinión de Enrique de Santiago] Lunes de aguas

Se aproxima el lunes de aguas, el siguiente al de gloria tras la resurrección del redentor y el que pone fin, de forma definitiva, a la cuaresma, muerte y resurrección de Jesucristo, un profeta para unos, un salvador para otros.
         En este lunes, el sacerdote encargado de vigilar, cuidar y atender a las prostitutas de la ciudad, conocido como “el padre putas”, cruzaba el río con las meretrices que se devolvían a la urbe, desde el otro lado del Tormes, de donde se habían apartado, por orden del rey Felipe II, durante el período penitencial y, por ello, los varones de la ciudad celebraban una fiesta, se bebía el vino de la tierra y los manjares de esta, construidos en torno a una empanada, el hornazo, en la que se introducían todos ellos, con ella, la abstinencia gastronómica y la sexual llegaba a su fin.      Es, por tanto, una festividad de tintes religiosos, o mejor dicho, imbuida de una cultura religiosa, pero plena y absolutamente profana.
         Es un día de festividad local, de permiso recuperable laboral y de trasncurso a lo largo de la tarde, pues se supone que nos congregamos en casa o en el campo a degustar el hornazo y, para los que gustamos de disfrutar de la ciudad, es un día maravilloso en el que, normalmente, deambulábamos en soledad, pues las calles de la villa pareciesen las que vivimos en pandemia, es decir, sólo se escuchaban los pasos de 3 ó 4 transeúntes que gozaban de la soledad, de sus colores, sus piedras, sus plazas y jardines, sin más que el aire, los animalillos y la luz del atardecer dorado de Salamanca.
         Es una fiesta popular que no requiere de grandes gastos ni preparaciones y que reunía a los amigos, a la familia, en torno a una botella de vino y un hornazo charro repleto de jamón, lomo, chorizo… vamos, sin nada de grasas provocadoras de colesterol, pues en el siglo XVI, de cuando data la misma, dichas evaluaciones no eran realizadas y se disfrutaba en locura y libertad.
         De un tiempo a esta parte, se ha intentando “embotellar”, dirigir o incluso utilizar por los políticos, con lo que sacar rédito, de forma que se constituyen “hornazóbromos” en los que reunir a los ciudadanos, para criticar el proyecto y, finalmente, utilizar la basura como instrumento de agresión política, o incluso pretender apropiarse de la misma por ser una fiesta laica propia de la izquierda o una festejo tradicional acorde con el pensamiento de la derecha, de forma que poco a poco se la están cargando, la están vaciando de su contenido y sentido de unidad en la amistad, para generar una fiesta de sesgo político y, por tanto, de crispación y disputa.
         De un tiempo a esta parte, unos políticos carentes de una simple neurona, acoplados al cargo por su inconsistencia profesional o la inexistencia de ella, que han observado en la crispación y la disputa un modo de calentar a los “perritos sin alma” con la que conseguir el rédito que con el discurso, la coherencia, la solvencia intelectual y la corrección son incapaces de obtener, se apropian de todo aquello que les rodea, incluso del lunes de aguas… por no llamarlo de las “putas”.
         Hemos perdido el respeto a las instituciones, a quienes las representan, a los titulares del poder, y ellos han perdido la conciencia de servicio y sumisión que deben de mantener con el ciudadano, en lo vulgar algunos mantenemos la cortesía ante el poder pero, aquellos que lo detentan, faltan al respeto al ciudadano al que deben servir, e incluso a las canas, a los mayores, que antes eran sacrosantos, y así lo aprendimos alguno.
         Un detalle simple y vulgar: me gusta, y lo hago siempre, el realizar una reverencia al entrar y salir de la sala de vistas de un juicio, como muestra de respeto al Tribunal y al Poder judicial que en él se ejercita, procuro ser respetuoso con quienes en el proceso actúan, pero muchas veces el jovencuelo (juez, letrado, interviniente…) se permite embestidas, improperios, o acciones inapropiadas, no ya contra el compañero, trabajador o letrado, sino incluso contra el que peina canas, que hasta ahora siempre han mercido respeto, ayuda y reconocimiento.
         La sociedad debe de avanzar y progresar; pero, si el progreso es la pérdida del respeto, la destrucción de los protocolos que nos hemos concedido para valorar nuestras instituciones, si en lugar de sumar y hacernos grandes, lo que se produce es un retroceso, una pérdida de valores, de humildad, de respeto, a lo mejor es que no avanzamos, ni progresamos, sino que nos hundimos en una sima negra de la que nos resultará difícil salir. Avanzar, progresar, no es hacer el “memo” o perder modelos de acción, sino crecer en inteligencia, ritos y protocolos que fortalecen la democracia y elevan el espíritu, conservando todo aquello que nos hace mejores, nos fortalece y nos desarrolla y liquidando los sometimientos, las limitaciones al entendimiento y aumentando el esfuerzo, capacidad e inteligencia.
         Disfrutemos del lunes de aguas como fiesta popular, aunemos nuestros sentimientos y gustemos de todo ello; pero, por favor, que unos y otros políticos dejen en paz lo que en paz se hace.