[La opinión de Enrique de Santiago] Un científico loco y un hombre bueno

En los casi 25 años que llevo juntando letras en la prensa, he tenido la ocasión de acercarme a muchísimas personas, de hacer valer su presencia, de recordar su legado.

Hoy, día 9 de diciembre, a las 15,30 horas, con 93 años, rodeado de sus cuatro hijos, en su cama, de la mano de su esposa, tras haber recibido la extremaunción, tranquilamente, en silencio, sólo roto por su llamada a su esposa “Conchi”, estirando ligeramente el cuerpo y exalando el aliento, se marchó, murió como había sido, un hombre bueno y cariñoso.

Bien, ¿y qué merecimiento ha tenido, por más que sea tu padre?, dirá algún personaje, al que no le haré llegar el curriculum vitae de mi padre, pues a buen seguro el interlocutor no lo entendería y se le haría bola por su extensión y complejidad; pero, básicamente, fue lo que a él gustaba decir que era: “un científico loco” que disfrutaba con su pasión en sus dominios, su departamento, dentro del CSIC en Salamanca, la microbiología, la virología y la bacteriología, donde desarrolló todo su trabajo, toda su labor investigando de verdad, no con tanto boato y fanfarria como hacen otros, sino luchando por la investigación a la que no sólo aportaba día y noche, sino que cada vez que precisaba un instrumento, que la administración le negaba, se lo retiraba de sus emolumentos para fabricárselo él y poder continuar la labor iniciada.

Vinimos de Córdoba, la ciudad que eternamente llevaba en el corazón, donde hubiere deseado volver a su jubilación y la vida, su responsabilidad, se lo impidió, como en su “tacita de plata” le impidieron optar a la cátedra de la facultad de veterinaria en la que él impartía clases, por “ya está dada al hijo del actual cátedro” y, no resistiéndose a que le fuese impedida la investigación y el desarrollo de sus capacidades, se vino a Salamanca, donde fue contratado en los Laboratorios COCA y obtuvo la plaza de investigador en el CSIC.
Personaje singular, que se relacionaba por igual con el ministro que con el que pedía a la puerta de la iglesia, desgarbado, despistado, interiorizado, desarrolló una fe en Cristo muy profunda, sólida, científica y cerebral que le conectaba de forma íntima con Él, lo sentía intensamente y comulgaba a diario, por necesidad.

Hombre familiar donde los hubiera, con la gracia de mi madre, hizo de su casa una vivienda con las puertas abiertas donde acudían a conversar otros científicos, otros profesionales, personas de la cultura, del saber y en la que, tras dar de cenar a los hijos y mandarlos “a buscar el cepillo” (fórmula de indicar el camino de la cama), se desarrollaban conversaciones de lo más variopinto y de elevado nivel que, alguno de sus hijos escondidos, sin entender casi nada, nos gustaba escuchar y meditar.

Padre paciente, tranquilo, cariñoso, estrepitoso e histriónico en el modo de mantener el estilo de vida que deseaba en la familia, pero sin daño, sin que en modo alguno, más allá del gesto, tuviese una fórmula dañina o agresiva, sí explosiva, pero repleta de cariño, que impactaba. Sus voces eran más fruto del dolor que le causaba la situación que una expresión agresiva, siempre comprendimos que “papá chilla, pero no nos chilla violentamente”, sino que es, era, el dolor del daño que le causamos.

Te reñía, te corregía, podía incluso elevar el tono de voz y golpear con el puño la mesa, jamás nos dio ni un simple azote, pero lo hacía con un cariño, con una ternura, con un estilo que te obligaba a obedecer más, mucho más por el amor que transmitía que por la forma con que lo hacía.

Podíamos discutir con él, depende de qué, pues su cultura era extraordinaria, en todos los campos había leído, estudiado, escudriñado y disfrutado de forma singular, pues su pasión por la lectura iba mucho más allá de la novela o el entretenimiento, se desarrollaba por todas las ciencias y saberes, de forma que la disputa era compleja; pero, si el asunto lo permitía y eras capaz de mantener el nivel intelectual, su expresión, sus ganas de aprender, su ansia por saber eran singulares y permitía conversaciones de una altura especial con la que gozabas, como él.

Hombre libre, en sus tiempos gritó “asesino” a Franco y arriesgó para, posteriormente, llamar “ladrones y sinvergüenzas” a los socialistas de González y también arriesgó, para finalmente clamar por España a la que conocía profundamente en su historia y geografía, y la que le dolía por el daño que le hacían quienes, sin conocer su idiosincrasia, su presente, su pasado, no respetaban la verdad y utilizaban falsas o medias verdades para zaherir su fundamento básico, los principios cristianos que nos permitieron la libertad, el progreso y ser una Gran Nación.

De todo hombre grande nos queda su legado, su ser, quedan los surcos, los caminos, los senderos que han construído y por los que otros podremos o intentaremos cursar, y mi padre nos enseñó un modo de vida, de ser y de actuar que él desarrolló, fue un hombre profundamente bueno, un ser conectado a Dios desde el intelecto, alguien que hizo el bien a quien se acercó a él, quiso y fue un señor, un caballero, una persona excepcional,… un científico loco, loco por la ciencia, loco por su familia, loco por Dios.

Murió como fue, como un hombre bueno, tranquilo, creyente, que nos enseñó un camino…lo difícil es que ahora seamos capaces de seguirlo, él lo hizo. Padrecito, siempre serás mi luz y referente, siempre te tendré en mi corazón y seguro que no podré seguir tu camino, pero espero otros lo hagan y lo disfrutes desde el cielo.