[Unión de recuerdos] Luvas Pretas

Verano de 1976, para la Unión Deportiva Salamanca fue una estación de despedidas, pero también de recibimientos. En aquel mercado se marcharon varios jugadores importantes como Robi, Muñoz o Rial y el equipo tuvo que recomponerse para poder seguir prolongando su estancia en Primera División. Incorporaciones como la de Pedraza, Juanito o Tomé acompañaron a la llegada de un personaje carismático y misterioso del que ya se tenía noticia desde hacía un año. Apareció una figura algo delgada, un poco desaliñada, con greñas y acento portugués. Jugaba de mediapunta y, ya fuera diciembre o julio, siempre enfundaba unos guantes negros.

João Alves llegó a la Unión Deportiva Salamanca a cambio de 12 millones de pesetas y tras una larga negociación. En Portugal estaba ya consagrado como uno de los grandes talentos de su época y llegó a estar nominado al Balón de Oro gracias a sus actuaciones con el Boavista, donde ganó dos Copas de Portugal consecutivas. La afición charra tenía un nuevo motivo para seguir creyendo en su equipo con más ilusión que nunca, y es que, aquellos guantes que portaba, pese a estar hechos de lana y de su color oscuro, eran capaces de iluminar todas las miradas del estadio cada vez que el jugador luso se hacía con la pelota.

Decía Georges Perec en Lo Infraordinario: “Hagan el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguense acerca de la procedencia, el uso y el devenir de cada uno de los objetos que van sacando”. En el caso de los guantes de João Alves, su procedencia se remonta a su abuelo, el uso podría decirse que es supersticioso, pero quienes lo vieron jugar asegurarán que es algo místico. Por último, el devenir es el fútbol, un fútbol exquisito, romántico, muy técnico, capaz de engatusar a cualquier espectador.

La primera pregunta es evidente: ¿Por qué llevar guantes independientemente de si hiciera frío o calor? Para comprenderlo habría que trasladarse la Lisboa de los años 20. En el Carcavelinhos jugaba un defensor llamado Carlos, de apellido Alves. Según cuenta la leyenda, en la víspera de un Benfica – Carcavelinhos, los visitantes se hospedaron en una pensión. Una niña, hija de los dueños, se acercó entonces a Carlos y le pidió que se pusiera unos guantes que, aseguraba, le darían buena suerte. Eran unos guantes demasiado pequeños para él y sus compañeros se rieron. La niña comenzó a llorar frente a las carcajadas, pero Carlos finalmente se los guardó.

Al día siguiente, al descanso del encuentro, el Benfica se imponía por 1-0 y Carlos sacó de su bolsillo los guantes de la niña. Según cuenta su nieto João, fueron sus compañeros quienes prácticamente obligaron a Carlos a sacarlos al campo, como si de pronto toda su fe se concentrara en dos trozos de lana. Dio la casualidad – o tal vez era cierto que los guantes tenían algo sobrenatural – de que, tras ponérselos, el Carcavelinhos le dio la vuelta al resultado y ganaron 1-2. Desde entonces, Carlos no volvería a jugar con las manos al descubierto, aunque ya lo hizo con unos guantes de su talla que, eso sí, eligió también aquella niña de la posada. Así nació el mito de las luvas pretas”, unas luvas que se pudieron ver en los Juegos Olímpicos de 1928 en Ámsterdam, en representación de la selección portuguesa, en el Académico do Porto y, finalmente, en el Oporto.

João siempre soñó con triunfar en el Benfica. Desde pequeño demostró poseer un gran talento y logró formar parte de la cantera de “os encarnados” y de las categorías inferiores de la selección portuguesa. A pesar de todo, su abuelo Carlos tenía clavada una espinita – o más bien una estaca – clavada, ya que João rechazaba ponerse unos guantes para jugar por mucho que él le insistiera. El legado de aquellos guantes negros tuvo que esperar hasta 1970. En el lecho de muerte de Carlos Alves, este volvió a pedirle a su nieto que continuara con lo que él empezó. Tan solo dos días después de su fallecimiento, João luciría unos guantes en un partido con los juveniles del Benfica.

Pese a ser una de las grandes promesas del país, Alves no logró hacerse un hueco en el primer equipo del club lisboeta y salió cedido al Varzim y al Montijo para fichar finalmente por el Boavista, lugar donde conseguiría asentarse como futbolista. En 1975, Salamanca tendría las primeras noticias sobre quién era este centrocampista enguantado. El Boavista se enfrentó a la Unión en el Trofeo Ciudad de Granada de pretemporada, los ajedrezados fueron superiores y se hicieron con la victoria. Sorprendió el buen juego de los portugueses, todo pasaba por João Alves, “el hombre que hacía jugar a todo el Boavista”, según relatan los diarios que cubrieron aquel encuentro.

Nadie se imaginaba que un año después aquel “crack a seguir” estaría defendiendo el escudo de la UDS en el Estadio Helmántico, pero así fue. João Alves se ganó rápidamente un hueco en el corazón de los aficionados salmantinos y fue protagonista de grandes momentos de la historia del club. El más recordado, sin duda, es su gol en el Santiago Bernabéu frente al Real Madrid que sirvió para ganar 0-1 y conseguir la única victoria de la historia del Salamanca en este estadio. El portugués recibió un pase de Juanito en el borde del área, hizo un control orientado perfecto y su disparo, muy seco, imparable, se coló en la portería de García Remón tras golpear en el poste.

Sus actuaciones con la Unión Deportiva Salamanca quedaron grabadas en la retina de los espectadores. Tal fue su impacto que en su primera temporada fue nombrado el mejor jugador extranjero de la liga, una liga en la que participaban grandes nombres a nivel internacional como Cruyff o Kempes. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno, pero seguramente en Salamanca hubieran preferido mantener a Alves un poco más. Después de dos campañas de ensueño, las ofertas de los grandes clubes por João no paraban de llegar. La carrera por llevarse al portugués la encabezaban dos equipos: el Real Madrid y el Benfica.

«Hice una burrada, rechacé jugar en el mejor club del mundo. Entre el Salamanca y el Real Madrid estaba todo hecho», confesó João Alves en una entrevista para el diario Marca. El sentimiento del portugués hacia el club de su vida pudo con todo y regresó a Lisboa. Tras un breve paso por el PSG en una temporada marcada por las lesiones, Alves logró realizar su sueño de niño en la década de los 80. Fue una de las grandes figuras de aquel Benfica – sus guantes negros están expuestos en el museo Cosme Damiao, y añadió a su palmarés dos ligas, dos copas, una Copa Ibérica y una Supercopa de Portugal. Además, fue subcampeón de la Copa de la UEFA en el curso 1982/83. Finalmente, volvió al Boavista para retirarse.

La relación con la Unión Deportiva Salamanca, sin embargo, no terminaría tras regresar a Portugal. Años más tarde, en la temporada 1996/97, Alves volvió a formar parte de la Unión Deportiva Salamanca, pero esta vez como entrenador y de manera fugaz. Tan solo duró 8 jornadas en el puesto debido a los malos resultados cosechados en el inicio de la Segunda División. No obstante, los fichajes que hizo fueron claves para devolver al Salamanca a la categoría de oro del fútbol español, algunos de ellos como Pauleta, César Brito, Taira, Giovanella o Zegarra fueron protagonistas de la última etapa de la historia del club en primera.

João Alves era ese jugador con la magia suficiente como para romper todas las barreras generacionales. Los niños que un día se aficionaron al fútbol por él un día crecieron y contaron a sus hijos lo que hacía con un balón aquel héroe sin capa, pero con guantes. Da igual que las generaciones venideras hayan podido ver poco o nada de su juego, esas luvas pretas son un símbolo que trasciende a todo. Lo que primero fue un vínculo de unión entre un abuelo y su nieto terminó siendo un vínculo de unión entre todos. João afirma que en Salamanca pasó “dos de los años más felices” de su vida. Es cierto que solo fueron dos años, pero fue lo suficiente como para que esa felicidad se prolongara en el tiempo, resguardada en el eco de cada voz del Estadio Helmántico.

Pablo Marcos Baz