Todos los Santos de Salamanca
La Iglesia celebra hoy la festividad de todos aquellos que nos han precedido en su marcha al cielo, y que ya están disfrutando de la presencia de Dios cara a cara. Es decir, todas aquellas personas anónimas que ya son santos. Esta fiesta nos recuerda que todos somos llamados a la santidad en esta vida. En los primeros siglos de vida de la Iglesia había un día para recordar a los mártires. El papa Bonifacio IV (608-615) transformó un templo griego en uno cristiano para dedicarlo al culto de “Todos los Santos”. Y fue en el año 840 cuando la festividad comenzó a celebrarse el 1 de noviembre. Hemos de recordar que muchas fiestas importantes comienzan su celebración el día anterior por la noche, en la misa vespertina de vigilia, es decir el 31 de octubre. En inglés sería All Hallow’s Eve, la víspera de Todos los Santos. Con el tiempo su pronunciación fue cambiado hasta la conocemos en nuestros días Halloween. Esta celebración poco tiene que ver con la importancia del día que hoy celebra la Iglesia Universal, aunque su origen sea el mismo.
Muchos son los santos anónimos que han nacido en nuestra tierra y que han construido Salamanca, en representación de todos ellos recordamos a los que sí conocemos y que han nacido o han tenido relación con nuestra provincia.
De esta manera recordamos a los primeros de todos que son san Arcadio y compañeros mártires (Pascasio, Eutiquiano, Probo y el niño Pablito o Paulillo). Aunque se desconoce la fecha de su nacimiento, se sabe que era natural de Salamanca. Al igual que sus compañeros mártires, fue militar de profesión en el ejército de Genserico, rey de los vándalos. Con su ejército se trasladó al norte de África para luchar contra Valentiniano. Arcadio y sus compañeros habían sido siempre fieles soldados de su rey, pero al enterarse Genserico que éstos no eran arrianos, los encarceló y ordenó torturar para que renegaran de la fe católica. Ante la resistencia y negativa de los soldados cristianos a renunciar a su fe, Genserico decretó la pena de muerte y, entre durísimos tormentos, Arcadio y sus compañeros entregaron su vida a Dios en el año 437. Sus reliquias se encuentran en la iglesia de San Martín de Salamanca.
Otros cuatro inscritos en el libro de los santos han muerto mártires en la Guerra Civil española a manos del bando republicano. Ellos son el beato Julián Rodríguez, que nació en 1896. Profesó como salesiano en 1917 y como sacerdote en 1930. Entusiasta del culto y de la educación. Se distinguió por su generosidad en la dedicación al trabajo, gentil y servicial. No queriendo hacer daño a sus benefactores rechazó refugiarse con ellos, se presentó voluntariamente a la autoridad y fue encarcelado. Mártir en el Picadero de Paterna de Valencia en 1936.
El beato Fray Pedro Luis Luis nació el 11 de septiembre de 1915 en Monsagro. En 1928 ingresó en la escuela apostólica de Las Caldas de Besaya y pasó en 1931 a la de Corias, pero le sobrevino una enfermedad que le obligó a volver al pueblo. Durante un año ayudó a su padre en el pastoreo y, pastoreando el rebaño, se acercaba al santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia, cercano a su pueblo. En el verano de 1932 conversó a diario con los frailes dominicos y decidió pedir el ingreso como hermano cooperador. En el convento de San Esteban de Salamanca hizo su profesión el 9 de diciembre de 1934. Buen religioso, muy mortificado, prestó servicios en la ropería. En enero de 1935 lo destinaron a Las Caldas de Besaya y continuó allí su vida ejemplar, afable, jovial, estimado y querido de todos. Con sus hermanos de comunidad recibió el martirio arrojado al mar en la bahía de Santander en la noche del 22 al 23 de diciembre de 1936.
Beato Fray Vidal Luis Gómara, también nacido en Monsagro, ingresó en la escuela apostólica dominica de Corias (Asturias); tomó el hábito en 1907 y, un año después, emitió su profesión. Cursó Filosofía en Corias y Teología en Salamanca, ordenándose como sacerdote en 1915. Con el oportuno permiso celebró su primera misa ante el Santísimo Expuesto y entonces se ofreció como víctima expiatoria por las blasfemias y sacrilegios a la Eucaristía. Asignado al colegio de Villava (Navarra) donde comenzó a escribir una obra que tituló «Los dominicos y el arte»; En 1929 lo destinaron al convento de Santo Domingo el Real de Madrid donde se dedicó al apostolado social y entre la juventud. En 1935 pasó a San Esteban de Salamanca con la misión de restaurar el santuario de la Peña de Francia. El 17 de julio de 1936 hizo un viaje a Madrid y, el 18, cuando se hallaba en un autobús para regresar a Salamanca, se presentó un desconocido que necesitaba urgentemente viajar en aquel medio público y no tenía billete, le entregó el suyo con la esperanza de tomar otro autobús al día siguiente, pero ya no pudo salir de Madrid. Pasó al menos quince días sin domicilio, durmiendo por los bancos de la calle y otros lugares, pero al fin fue acogido en una casa, donde celebraba todos los días. En la vida clandestina brilló por su celo en llevar la Eucaristía a otras víctimas de la persecución; no aceptó la oferta que le hicieron de pedir para él refugio en una embajada porque, «para un soldado de Cristo —decía— era un honor morir en acto de servicio sacerdotal». Asistiendo a la Iglesia perseguida tuvo una premonición que le dio certeza de su martirio próximo, y quería aprovechar el tiempo llevando la comunión a cuantos pudiera. En este ministerio fue detenido el 4 de octubre y confesó sin rodeos que era fraile dominico, lo llevaron a la comisaría del Congreso, el 9 de octubre lo pusieron a disposición de la Dirección General de Seguridad y, al día siguiente, recluido en la cárcel Modelo, donde estuvo dedicado a la meditación y rezo del rosario fue objeto de frecuentes torturas con la punta de una navaja. El 15 de noviembre lo trasladaron a la cárcel de Porlier. Consumó su martirio el 18 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama (Madrid). Fue beatificado el 28 de octubre de 2007 por Benedicto XVI.
Y otro mártir más, el beato José Polo Benito. Nació en Salamanca en 1879. Ingresó en el seminario de Salamanca, y recibió la ordenación sacerdotal en 1904. Fue catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, secretario de cámara del obispado y canónigo. En 1911 marchó a Plasencia, en cuya diócesis ocupó altos cargos de gobierno. En 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo, donde continuó una intensa actividad pastoral y científica, hasta que en la madrugada del 23 al 24 de agosto de 1936, en plena persecución religiosa. Murió asesinado fusilado en la Puerta del Cambrón de Toledo junto a un grupo de 80 personas. Fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007, dentro del grupo de 498 mártires españoles.
Tres son las mujeres que nos representan en este grupo. La única santa es Bonifacia Rodríguez, nació en Salamanca el 6 de junio de 1837. Huérfana de padre a los 15 años tuvo que trabajar duro para ayudar a su familia. En 1870 llega a Salamanca el jesuita Francisco Butiñá, director espiritual de Bonifacia. En 1874 fundan una Congregación de trabajadoras, las Siervas de San José, para la santificación por medio de la oración, comprometida con la promoción femenina trabajadora. Las casas se llaman Talleres de Nazaret y tienen como modelo la Sagrada Familia. La novedad que supuso la fundación provocó el rechazo del clero y la sociedad.
Santa Cándida María de Jesús no nació en Salamanca pero pasó toda su vida aquí, donde murió en 1912. Religiosa jesuitina, fundadora de las Hijas de Jesús.
Beata Eusebia Palomino nació en Cantalpino el 15 de diciembre de 1899. La familia de Agostino Palomino, un verdadero hombre de fe, es muy pobre. En algunos períodos del año, Eusebia y su padre se ven obligados a pedir limosna en los países vecinos, pero lo hacen con un gozo y una fe verdaderamente únicos. En esos largos viajes, Agustín le cuenta el catecismo a su hija, ansiosa por conocer los misterios del Señor. En la familia de Eusebia trabajamos, rezamos y nos amamos. El día de la primera comunión fue vivido por Eusebia con gran intensidad. Inmediatamente después, se fue a trabajar con una familia adinerada. No cedió a las tentaciones de la adolescencia, siempre puso a su amigo Jesús en primer lugar, fue enviado a Salamanca, primero como niñera y luego como asistente en un hospicio. Quería tanto volverse religioso. Un día, azadón, encontró una medalla de María Auxiliadora. Poco después un amigo misterioso la llevó al oratorio de las monjas. Antes de morir tuvo momentos de éxtasis y visiones. Falleció el 10 de febrero de 1935. Su cuerpo descansa en Valverde del Camino. Fue beatificada el 25 de abril de 2004 por Juan Pablo II.
Otros santos reposan en tierras salmantinos como son santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes, san Juan de Sahagún y santo Tomás de Villanueva en la Catedral de Salamanca y san Juan de Mata en la iglesia de los Trinitarios de Salamanca.
Aunque son muchos más los que han pasado tierras salmantinas como son san Francisco de Asís, san Juan de Ávila, san Toribio de Magroviejo, san Ignacio de Loyola, san Juan de la Cruz, san Simón de Rojas, san Juan Pablo II o san Juan XXIII.