Viaje a los orígenes de Ciudad Rodrigo: la ciudad perdida de Caliabria

 

El segundo de los lugares que el obispo Domingo recibió del rey Fernando II en 1171 fue la ciudad de Calabria. Se trataba de una antigua villa visigoda, cabeza de una diócesis activa hasta la llegada de los musulmanes. Desde entonces, las fuentes guardaron silencio sobre su existencia. No será hasta el último tercio del siglo XII cuando la ciudad vuelva a ser mencionada en la documentación. Sin embargo, este retorno a las fuentes respondió más a motivos simbólicos que materiales. A la necesidad de apropiarse e instrumentalizar políticamente su recuerdo más que al propósito de hacerla recuperar el esplendor perdido.

Cómo llegar:

La localidad de referencia será Almendra dentro de Ribacôa y a unos 16 km al norte de Figueira de Castelo Rodrigo. Después de atravesar dicha población por la carretera principal camino de Castelo Melhor, deberemos estar pendientes del indicador que marca la desviación hacia la Capilla de Nossa Señora do Campo. Una vez en ella, sin abandonar la vía por la que venimos, seguiremos dos kilómetros y medio más hasta que otra carretera se abra a nuestra izquierda. En este cruce un nuevo indicador nos informa de que a cuatro kilómetros está la Quinta do Castelo e granja. Recorremos esta distancia sobre una carretera de piedras con el firme irregular, hasta que, finalmente, otra vez a la derecha salga un camino de tierra sin ninguna advertencia. Cogemos este itinerario y, cuatrocientos metros más tarde, una señal amarilla nos indicará la senda que sube hasta las ruinas. Será el momento de dejar aparcado nuestro vehículo, comenzar la ascensión a la cumbre y encontrarnos con la ciudad.

Historia:

La historia de la ciudad de Calabria o Caliabria tiene dos momentos fundamentales. Uno responde a un pasado real, de cierto esplendor y desarrollo social, que desde época romana estuvo más o menos vigente hasta la etapa visigoda. El otro momento, tras un prolongado silencio, se sitúa ya en el siglo XII y sirvió para convertir a la villa en un símbolo efímero más que en una realidad tangible.

Del primer período se conserva memoria en documentos y algunos restos arqueológicos. En el siglo VI logró una notable pujanza al erigirse sobre Calabria un nuevo obispado, y, de este modo, independizarse eclesiásticamente de Viseo a cuya diócesis pertenecía como parroquia. Desde entonces el titular calabriense participó y suscribió varios de los concilios toledanos celebrados en el reino visigodo. También en aquellos años, la ciudad disfrutó de ceca propia, si bien para realizar algunas acuñaciones rápidas con las que pagar a los ejércitos en campaña.

De su pasado romano no se conserva memoria en las fuentes clásicas. Sin embargo, se atribuye a esta urbe, el hallazgo de la lápida funeraria que hoy podemos contemplar en el exterior de la Capilla de Santo Cristo en Barca de Alva.

Ya en el siglo XII, Calabria reaparece en la documentación gracias a la donación que de ella hizo el rey Fernando II en favor del obispo Domingo. Este tenía su sede en Ciudad Rodrigo, pero se hacía titular calabriense, convirtiéndose así en heredero del pasado visigodo de la ciudad para darle a su pontificado un mayor lustre. Semejante intitulación no era algo puramente caprichoso, sino meticulosamente premeditado. Ciudad Rodrigo había sido repoblada en 1161, por lo que apenas tenía antigüedad de la que hacer gala. Además, sobre ella se había erigido un obispado que desmembraba parcialmente el solar perteneciente a una diócesis activa, Salamanca. Esta, de larga y conocida trayectoria eclesiástica veía con recelo el surgimiento de una nueva sede a costa de su territorio y sus derechos históricos. Para evitar el enfrentamiento y reducir la tensión entre Iglesias, el primer obispo de Ciudad Rodrigo Domingo no se presentó como un nuevo diocesano, sino como el restaurador de la vieja villa episcopal de Calabria, que por estar abandonada, era trasladada al nuevo enclave mirobrigense.

Mediante esta ficción jurídica, la monarquía, inspiradora de todo el proyecto, pretendía salir al paso y sacudirse las quejas del clero salmantino. Pero el intento acabó frustrándose y a la muerte de Domingo se hizo necesario reunir a todas las partes implicadas para firmar unos acuerdos que despejaran todas las incertidumbres y rencores. Ciudad Rodrigo tuvo nuevo obispo titulado desde entonces civitatense. Salamanca recibió a cambio ciertas posesiones en compensación, mientras que Calabria volvió al silencio de las fuentes y dejó de ser siquiera un símbolo.

Si en aquellos años hubo intención de revitalizar la urbe o no, es algo que desconocemos y que solo la arqueología podrá desvelar. Lo cierto es que después del obispo Domingo, la vieja villa visigoda cayó en el olvido y su ubicación fue objeto de discusión historiográfica hasta que finalmente se la acabó situando en este lugar junto a los ríos Côa y Duero.

Visita:

Nuestro viaje comienza sobre un ancho camino que se abre paso entre olivos, evocándonos cierta tranquilidad. Poco después el paisaje cambia bruscamente. La mano del hombre ha aterrazado la falda de la montaña, llenándola de viñedos. El sendero se estrecha, se eleva y en su lado derecho nos va acompañando una hilera de vides cuyos sarmientos crecen enredados en una alambrada de espino. Cuando el río Duero asoma a nuestros pies, deberemos estar muy atentos a una senda de cierta holgura que confluye a nuestra izquierda, porque debido al paso del tiempo, está ya casi desaparecida. Una vez la hayamos localizado iniciaremos una ascensión más pronunciada de aproximadamente una hora, zigzagueando por la ladera este de la montaña.

Recorreremos esta vía con la ilusión de pensar que estamos pisando sobre los huellas que otros muchos, como el obispo Domingo, dejaron siglos atrás. A los lados de nuestro itinerario podremos distraer nuestra mirada con los abundantes fragmentos de mármol, de distintas calidades y colores, que nos recuerdan otras épocas y esplendores. El trazado de este camino nos conducirá hasta las antiguas puertas de la villa, hoy en día de muy difícil identificación.

Una vez en la cumbre se puede ver fácilmente la antigua muralla que protegía y cobijaba a los habitantes del lugar. Con una altura de apenas un metro por dos de anchura, y levantada sobre pizarras, abraza una superficie de 60.000 m2. Una buena opción será utilizarla como improvisado sendero para recorrer sobre ella toda la cima y disfrutar de las magníficas vistas de los alrededores. La muralla aún parece seguir siendo la guardiana del lugar. En el interior un ejército de retamas, tomillos, varios almendros dispersos y montoneras de piedras custodian el lustre de un pasado lejano, sin permitirle aflorar de la tierra.

Todo permanece oculto bajo nuestros pies. El viaje en el tiempo no nos permitirá ir más lejos y apenas podremos entretenernos mirando a los accidentes del suelo e imaginando allí mismo formas, edificaciones posibles e imposibles, callejas, y, si nos apuran, hasta gentes comunes, señores y prelados paseando entre ellas. El viajero, únicamente a través de la fantasía, será capaz de profanar los muchos misterios que todavía atesora Calabria.

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