440 años del nuevo calendario gracias a la Universidad de Salamanca

Un cambio que alteró la historia: el 4 de octubre de 1582 entró en vigor el calendario gregoriano, norma de control del tiempo civil y religioso de toda la cristiandad, sustituyendo al almanaque juliano creado por Julio César 46 años antes del nacimiento de Cristo que estaba desfasado respecto a las estaciones. Los españoles se acostaron un jueves, 4 de octubre de 1582, y se levantaron directamente el viernes, día 15

Pocos saben que profesores de la Universidad de Salamanca participaron en la historia de intrigas, papas, reyes y científicos que desató el cómputo del tiempo en el s. XVI. Una contribución oculta hasta hace pocos años, cuando la profesora de Historia Moderna Ana María Carabias sacó a la luz el libro «Salamanca y la medida del tiempo», donde se demuestra que quienes realmente fijaron las bases del actual calendario gregoriano fueron profesores del Estudio salmantino y no el italiano Luigi Lilio, como se creía hasta la fecha.

Según ha explicado la autora, regía el calendario juliano, que ya contemplaba los años de 365 días y el ajuste con una jornada añadida cada cuatro ejercicios (año bisiesto), pero seguía habiendo un retraso que era digno de estudio. La Iglesia del momento estaba «preocupada» por no poder «domesticar» el tiempo y no tenerlo reglado de una manera más exacta. Entonces, en 1515, recibió un informe redactado en Salamanca en el que se apuntaba que los científicos firmantes no estaban de acuerdo con el sistema elegido.

La cúpula eclesiástica del momento hizo caso omiso a ese análisis, de ahí que actualmente se desconozca su paradero, pero continuó con su búsqueda para calibrar mejor el tiempo. De ahí que en 1578 la Universidad de Salamanca volviese a mandar un segundo informe en el que se incorporaba el primer documento remitido décadas antes.

El segundo documento de la Universidad de Salamanca, de 1578, se guarda en la Biblioteca Apostólica Vaticana y una copia autorizada en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, que se reproduce en el libro. Del primer legajo, el del 1515, se desconoce su paradero, «es el único que falta de los archivos secretos vaticanos», porque entonces no se le dio valor y pudo perderse entre aquellos expertos del momento que lo consultaron, ha aseverado la autora de «Salamanca y la medida del tiempo».

La propuesta de los expertos de la Universidad de Salamanca fue: como el año solar sobrepasaba poco más de 10 minutos y cuatro segundos al año eclesiástico, y puesto que las tablas alfonsíes ponían de manifiesto que el calendario juliano adelantaba 1 día cada 134 años, había que suprimir un día de cada mes durante un año cualquiera, menos de febrero o bien quitarle 11 días a un mes

De esta forma el equinoccio verdadero volvería al 21 de marzo. Además, se continuaría estableciendo una anulación de la intercalación del año bisiesto cada 304 años, así como la omisión de un día bisiesto cada 152 años. Este último cálculo es el más importante de las aportaciones que hicieron los profesores de Salamanca porque nunca nadie había propuesto una medida tan precisa.

En aquel momento, según ha explicado la historiadora Ana María Carabias, sí se tuvieron en cuenta esas apreciaciones y se impulsó el cambio en el calendario con la bula «Inter Gravissimas» del papa Gregorio XIII, que dio paso al calendario gregoriano. Su Católica Majestad, Felipe II, lo impuso mediante una pragmática el 29 de septiembre de 1582 a aquel imperio suyo donde no se ponía el sol. Todos sus súbditos pasaron del 4 de octubre al 15 sin más fechas de por medio¿Por qué en ese momento del año? «Se buscó una época en que hubiera pocas celebraciones religiosas especiales. En octubre el calendario eclesiástico tenía menos fiestas y eran más fácil suprimirlas», ilustra la profesora Carabias Torres.

«Esa reforma de 1582 fue indiscutiblemente el inicio de la globalización mundial, al imponer una fecha y hora al mundo», y ese proceso que «se inició en Salamanca» sigue actualmente vigente», ha añadido la autora del texto.

Aunque el ajuste de fechas fuera tan brusco, no lo fue en absoluto la implantación casi global del calendario, que se demoró siglos. Primero, se fue extendiendo a todos los territorios gobernados por monarcas católicos. «En Francia, donde había libertad de religión desde Enrique IV, también los protestantes lo tenían que seguir, porque la decisión emanaba del Rey, católico», especifica Carabias.

Luego, también las naciones regidas por protestantes terminaron aceptándolo; la última, Inglaterra, ya en 1752. Por aquel entonces, el calendario juliano ya había acumulado un día más de retraso: los súbditos británicos, a un lado y otro del mar, se acostaron un 2 de septiembre y amanecieron un 14 del mismo mes. Aún más tarde llegó a Oriente (a Japón en 1873, a la China imperial en 1912). Y a Rusia, donde el desfase acumulado obligó a eliminar de golpe 13 fechas, en 1918. Turquía lo adoptó en 1927.

El calendario actual tampoco es perfecto, pero sigue en parte los criterios establecidos por la Universidad de Salamanca en 1515, pues la forma de eliminar los días de más es ligeramente diferente a la adoptada en 1578. Por eso se añade un segundo a un día cada cierto tiempo, para que relojes y calendarios se acompasen con la rotación de la Tierra que da la medida de los días, y estos a su vez con la traslación de la Tierra en torno al Sol, que mide los años.