[Vueltas a la Plaza] Desmontando a Miss Ketty, la reportera misteriosa de El Adelanto
Mil novecientos diecisiete. Hiela en la dorada Salamanca. Los días se acortan, las noches se alargan y los salmantinos hibernan sus recreos alrededor de los braseros. El aburrimiento y las nieblas abruman la ciudad.
El tres de enero, una completa desconocida, Miss Ketty, salta al ruedo periodístico de la mano de El Adelanto, dispuesta a rescatar a Salamanca del frío tedio invernal. Desde las Notas de Sociedad se dispone a remover los provincianos cimientos de la ciudad, a sacar al aire su lado más europeo…
Tomando por bandera que «la indiscreción es una de las más bellas cualidades periodísticas», empieza a hablar de los salmantinos casaderos reacios a casarse, de las salmantinas casaderas que van de paseo, Glorieta arriba y abajo, a ver si encuentran un novio pero oye, que nada. Miss Ketty va contando a sus lectores «nuevas sensacionales: noviazgos deshechos, bodas próximas, unas veces en forma de crónica, otras de carta, de entrevista o de conversación telefónica con misteriosos confidentes que le revelan secretos de la ciudad, salpicando su columna de extranjerismos en un inglés a veces erróneo… : ¿Why no?, With pleasure, ¡It is possible!, Nothing is truer, ¡It is magnificent!, ¡ It is delightfull!
Miss Ketty quiere activar sobre todo la vida social de las muchachas:
«Es que me da grima ver que sus lindas paisanitas, tan adorables, consumen su existencia Glorieta arriba y abajo o en eterna asistencia al cine.»
En sus crónicas amplía un poco el horizonte de las salmantinas, mostrándoles otros modelos de mujer, chicas que han dado un paso adelante en la vida pública, y se dedican a algo más que buscar novio. Así habla de la actriz salmantina Concha Fernández y de Rosario Lacy, primera médico ginecóloga que, según las informaciones de Miss Ketty, estaba emparentada con una familia salmantina. También alienta a las jóvenes a organizar tómbolas y otros actos en favor de Cruz Roja o el Hospital de la Trinidad.
En cuestión de días revoluciona a la juventud bien de Salamanca. Quiere dar un ligero toque british a sus diversiones. Tarda poco en ponerlos a jugar al tennis, a bailar el Foxtrot y a frecuentar un —hasta ese momento medio abandonado— campo de skating.
Las Notas de Sociedad de miss Ketty dejan de ser un soso listado de nombres y apellidos que entran y salen de la ciudad o acuden a bailes y a bodas. Aunque la noticia siga siendo que un joven ha pedido la mano de una joven o que unos felices papás celebran la llegada de un charrito precioso, ya nadie bosteza entre renglones, porque ahora los lectores buscan entre los chismes algunas respuestas: ¿Quién es Miss Ketty? ¿Por qué está en la ciudad? ¿Dónde vive? ¿Por qué nos conoce? ¿Es inglesa? ¿Es una mujer? ¿Es un hombre? ¿Es una invención? ¿Pero quién es Miss Ketty?
El coplero oficial de El Adelanto enseguida le dedica versos:
«Usted que por el buzón
nos hace llegar su escrito
y tiene a más de un palmito
en muda interrogación,
denos usté algún detalle
de si es joven, de si es bella,
y que así la gente calle
y cese tanta querella».
Miss Ketty tarda poco en responder:
«[…] aunque vivo retirada al cuidado de los míos, en mi casita de… tengo quien me informe de cuanto aquí ocurre.
[…]Sí que soy inglesa, de la más pura cepa. Y de que existo aquí tienen ustedes la prueba.
El por qué me encuentro en esta ciudad y el cómo y el cuándo de mi estancia, sobre ser una cuestión puramente íntima y que me llevaría quizás a tener que referirles una historia, que la mayoría de los lectores reputarían fantástica o puede que excesivamente novelesca, no creo que importe sobre manera.
En mis escritos procuro, guardando todos los respetos que los salmantinos me merecen, dar noticias que llegan a mí sibilíticas, un poco confusas, exornadas con el velo del misterio y que yo me limito a recogerlas y enviarlas a su periódico… Y nada más.
He aprendido en la prensa de mi hermoso país que todo puede decirse sabiéndolo decir, y yo quiero llevar a la práctica esta teoría.
Quedamos pues en que soy una persona de carne y hueso, y aunque sea contrariando un poco mis propósitos, diré que tengo veinticuatro años. Soy ni muy alta ni muy baja y desde luego, aunque según el modismo español, me esté mal el decirlo, no soy de esas inglesas de exportación, de cabellos lacios, indumentaria extravagante y andares desmadejados como las que solían enviar por aquí más frecuentemente […] las agencias de viajes».
El éxito de una veinteañera inglesa y bastante agraciada —aunque de momento sea sólo entre líneas— no se hace esperar. El Adelanto empieza a publicar cartas a Miss Ketty de sus admiradores: Marley, The young man of grey waistcoat, Solterito, S, Fidelia:
«¿Por qué hace Ud. eso, miss Ketty? ¿Por qué se encubre Ud. en ese misterio y no deja que de viva voz le digamos, yo como los demás, los sentimientos de admiración que a tantos inspira […] deje que la veamos, que sepamos quién es Ud. y sea su presencia el rayo del sol acariciador que nos alegre el alma, llevando un poco de luz a nuestros espíritus cansados y oscurecidos por la monotonía […]
Quiere mejor besarla muy respetuosamente las manos su devotísimo, misterioso y obscuro admirador.
«Deliciosa miss Ketty, que ya cuentas con toda la simpatía de mi alma […] No creo equivocarme, misteriosa amiga —que así te considero ya— al recelar de tu extranjero nombre. Tanto tienes tu de inglesa como yo de turca […] Españolas ambas […] Verás que te explique. Un amigo mío (un casi hermano mío, para toda tu tranquilidad) ha tomado por ti una incomprensible afición. Cuando me hizo tal confidencia, yo me eché a reír. […] Él se enfadó un poco: ¿Y por qué no ha de ser verdad?, me respondió. Lo dijo de un modo, chica, que yo mascullé para mis adentros: —toma, pues es cierto que a este tonto en esas cuatro cartas le ha dado el venenillo […] Y me acordé del Tenorio, de aquellos versos famosos: “—¡Oh, qué filtro envenenador me dais en este papel!”. —Qué raros son los hombres, ¿verdad?
Mentira parece que algunas veces los queramos.
Las semanas transcurren y entre las indiscretas Notas de Sociedad van apareciendo por entregas nuevas pinceladas del retrato de miss Ketty. Sus ojos «de un fulgor obsesionante» son verdes, «como un lago, como una esmeralda fosforescente». Su pelo es «fragancia de oro», sus manos con «una palidez azucena» y su boca nada más y nada menos que «una puñalada de bermejo fuego». Para colmo de virtudes, esta redactora tan intensamente bella sabe —hasta cierto punto— ser modesta:
«Yo soy miss Ketty, la auténtica, […] no tan bella como un galante redactor de este diario ha pincelado mi silueta. Sí es verdad que no tengo que recriminar a Dios. Perdonadme esta bella coquetería femenina».
Cuando no escribe crónica social, Miss Ketty toca el clavicordio, sobre todo música de Chopin, en la “coqueta quinta” donde vive cuando viene a Salamanca para:
«esconderme del mundo, para saborear la austeridad de su cielo, el chic de su vida mundana, la quietud y la serenidad de este ambiente monacal».
Puede que Miss Ketty se esconda del mundo en Salamanca, pero nadie, absolutamente nadie en la ciudad, puede esconderse de la curiosidad periodística de miss Ketty:
«—Bien. Pero, ¿qué es lo que usted sabe?
—¡Oh! Yo lo sé todo.»
«[…] soy un enigma, como la Esfinge muda que todo lo ve y todo lo descifra».
«—Bueno. ¿Y usted no sabe..?
—Lo sé.
—¿Cómo?
—A pesar de mi silencio, estoy en el secreto.
—Pero…
—No siga. Lo sé todo».
En sus columnas periodísticas, a las que ella llama «mis indiscreciones creadoras», hay espacio para críticas, elogios a la ciudad y alguna sentencia más o menos filosófica…
«En la no muy larga temporada, que he de estar en esta ideal (me refiero al aspecto artístico) y adorada Salamanca, cuna de mis padres.»
«[…]la verdad los chinarros de Salamanca no son para todos los días».
«—Ayer caminaba yo con dirección a la Plaza, acompañada de mi carabina (como creo yo que llaman con gracioso modismo en Madrid a las institutrices o señoras de compañía) y un joven de irreprochable indumentaria, viendo lo difícilmente que podía transitar por la mugrienta acera —porque insisto que en esto de calles no son Uds. verdaderamente muy europeos— no vaciló un instante en dejarme paso, sepultando sus claros botines, su charolado calzado en un verdadero pozo de barro y lodo.
—Algún conocido de Ud., sin duda.
—No creo que el aludido gentleman me conociera realmente, pero hubo algo en su ademán y en su mirada, que me hizo comprender que sospechaba o presentía quien yo fuera».
«Esta vida de provincias, tan fustigada por la mediocridad de una crítica dislocada y ficticia, nos ha hecho figurar el ambiente de estas ciudades históricas como un centro de ramplonería, con sus niñas pescando en una glorieta festonada de acacias, mientras la fuente eterna canturrea y el sol sucumbe entre purpúreas nubes.
—Poetiza usted, querida Miss Ketty.
—No, no poetizo, repito las múltiples crónicas desperdigadas en mil libros que intentaron aprisionar el costumbrismo de la vida local. Y observe usted esta Salamanca con su mundanidad tan exquisita, tan correcta con estos campos de skating, con estos torneos de tennis, con este festival de la Cruz Roja, tan bello y tan artístico, con estas muchachas que visten tan bien, con tanta gracia, con tanto refinamiento. ¡It is incredible! ¿Who would have beleived such a thing?
—Sí, delicioso pero con sus critiquillas, querida amiga.
—No sea usted así. ¿En que ambiente en el mismo parisino tan amplio, tan indiferente, cree usted que la crítica, que es una cosa natural y hasta una expansión, no araña ni punza?»
«[…] en la sala de un coliseo, como en el asfalto de una vía pública (suponiendo, y es ya una excesiva concesión, que las calles de su capital de ustedes pudiera permitirse esos lujos de pavimentación) las personas resaltan por lo que en realidad son; belleza, elegancia, distinción y no por lo que pretendan ser».
Las crónicas de Miss Ketty se publican de forma —más o menos— continuada hasta casi finales de los años veinte.
«Miss Ketty, que trae revuelto a medio Salamanca y amenaza revolucionar al otro medio, publica una deliciosa carta que revela su ingenio, pero no descubre su incógnito».
Nunca se llega a saber quién está detrás de Miss Ketty. Ni siquiera sabemos si quien tanto habla de bodas, bailes y vestidos es una mujer o un hombre. Las sospechas apuntan en distintas direcciones pero Miss Ketty lo niega todo:
«[…] no soy quien muchos se figuran».
En los años treinta, la firma de Miss Ketty sigue apareciendo ocasionalmente en El Adelanto, pero sus textos, ahora anodinos, vaciados de literatura, se quedan muy lejos de la frescura que le había dado fama. Que el periódico quisiera conservar su firma, aunque su plaza la ocupara otra/o periodista, nos da una idea de la fama que alcanzó Miss Ketty en la ciudad.
«Esta Miss Ketty tiene la picardía de husmear todo, de enterarse de todo de conocer como nadie toda la gran palpitación callada y silenciosa que bulle en la ciudad, apagada y mortecina este invierno eterno de melancolías y de lluvias pertinaces»
«Miss Ketty la misteriosa, la bruja, de los ojos verdes», «Esta mujer encantadora, que semeja un duende de Salamanca» desapareció «encastillada en su incógnito indescifrable».
Sólo sabemos que, un día, Miss Ketty cogió la pluma y bien armada de Literatura y mucho humor, combatió contra la eternidad del invierno, la melancolía, los horizontes preestablecidos y esas lluvias que no cesan aunque fuera luzca el sol.
Laura Rivas Arranz
Ilustración recorte de Mi Revista; nº70. Enero 1917. Barcelona.