Miguel Ángel Quintana, influencer del pensamiento: «Salamanca me enseñó que se puede vivir bien enraizado en lo propio y abierto a todo el mundo»

Miguel Ángel Quintana Paz es salmantino y aquí estudió las licenciaturas de Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de Salamanca, donde alcanzó en 1996 el Premio Nacional de Terminación de Estudios en Filosofía.

También en la Universidad de Salamanca realizó sus estudios de postgrado, gracias a la beca de Formación de Personal Investigador de la Universidad (1997-2001) y a una beca doctoral de la Fundación Caja Madrid (2001), con las que logró el entonces llamado «Título de suficiencia investigadora» (equivalente a los títulos de máster actuales) tanto en el entonces denominado Departamento de Filosofía y Lógica y Filosofía de la Ciencia como en el Departamento de Historia del Derecho y Filosofía Jurídica, Moral y Política.

Se doctoró en 2002 en Filosofía por la Universidad de Salamanca, y obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado de ese año gracias a su tesis doctoral Normatidad, interpretación y praxis: Wittgenstein en un giro hermenéutico nihilista.

Ha sido profesor agregado en la Universidad Europea Miguel de Cervantes entre 2007 y 2021; y profesor adjunto en la misma entre 2006 y 2007. Y fue profesor adjunto en la Universidad Pontificia de Salamanca entre 2004 y 2006.

Lleva años sin vivir de manera continua en la provincia, actualmente trabaja en Madrid, pero ¿qué le gusta de Salamanca?

Creo que Salamanca me enseñó desde pequeño a tomarme con toda la naturalidad del mundo una lección esencial: que se puede vivir bien enraizado en lo propio y, justo por ello, abierto a todo el mundo. A pesar de que ambas cosas parezcan contradictorias (lo cual es falso incluso a nivel pedagógico: los niños con un mejor vínculo con sus padres son también, a menudo, los más proclives a nuevas experiencias).

Salamanca te instruye sobre la falsedad de contraponer apertura y raíces cuando, verbigracia, en esta calle te encuentras una Universidad que ha marcado la historia del pensamiento universal, pero dos calles más allá te topas con un gente bailando, al son de la gaita y el tamboril, unas charradas. O también cuando, en verano, llegan jóvenes estudiantes de todo el mundo para sus cursos de español, pero también sacas un momento para pasear por las encinas y dehesas donde se cría el bien nuestro toro de lidia.

Hoy, a la vez que mucha gente se encierra en lo que ya Unamuno denominaba “patria de campanario”, mientras que otros quieren disolvernos en una masa de zombis idénticos conectados a internet que se pasan el día consumiendo sin raíces ni apegos, es un privilegio ser salmantino: pues Salamanca no se entiende sin la apertura intelectual al resto de la Humanidad, pero tampoco sin el vínculo firme con tantas generaciones que nos han legado “el viejo saber remoto” por entre este ”bosque de piedras”, que diría asimismo nuestro antiguo rector.

La mayoría de la población está vinculada a las universidades, los hospitales, la hostelería y turismo o la Administración, ¿con esto es suficiente para que un salmantino progrese, o haría falta algo más que no dependa sólo de los políticos?

Por seguir con las referencias unamunianas, lo cierto es que este filósofo ya destacó en su día que nuestra ciudad constituía un cierto “remanso de quietud”. Incluso lo comparó con el campo charro: “Duerme el recuerdo, la esperanza duerme / y es tranquilo curso de tu vida / como el crecer de las encinas, lento, / lento y seguro”. Cierto es que esa calmada vinculación con nuestra herencia, si no fructifica en investigación, potencia intelectual, creación artística y científica (al igual que las encinas acaban dando bellotas), puede acabar generando una no desdeñable frustración.

Mi impresión es que los políticos, más que “incentivar la innovación” y demás faramalla que suelen pronunciar para atraer nuestro voto, deberían simplemente dejar de poner trabas a las inquietudes de la gente. Pero vivimos tiempos de burocracia asfixiante para dar cualquier pasito nuevo en economía (por no hablar de cualquier pasito nuevo en educación o universidad), con lo que es normal que cunda la sensación de un cierto estancamiento.

En la actualidad es usted director del ISSEP, institución que pretende formar una nueva generación de líderes para nuestro país. Si tuviera a todos los adolescentes y jóvenes de Salamanca leyéndole, ¿qué les diría?

Me basta que me lean uno o dos para decirles: aprovechad que vivís en la ciudad donde se inauguró la primera biblioteca universitaria del mundo (en 1254); donde por primera vez una mujer fue alumna de Universidad (doña Beatriz Galindo, en 1465); donde se estableció la segunda imprenta universitaria de nuestro planeta (en 1486); y donde por primera vez alguien pensó que convenía hacer una gramática para una de las lenguas que se habían derivado del latín (Elio Antonio de Nebrija, en 1492).

Aprovechad todo eso para continuar la tradición charra de perseguir con avidez indomable el saber. Volveos adictos al conocimiento. Que sea una adicción que luego, de adultos, mayores o ancianos, no podáis arrancar de vuestro ser. Si bien, como todas las adicciones, nunca os vaya a dejar ahítos ni podáis someterla del todo a vuestros deseos, comprobaréis con todo que jamás os arrepentiréis de vivir acompañados de tal ansia insaciable. Como tampoco se arrepiente Salamanca de sus piedras, sus calles o su fama.

El pasado fin de semana tomó posesión el nuevo Obispo de Ciudad Rodrigo y de Salamanca. ¿Qué consejos daría a los cristianos de ambas diócesis, sobre todo después de su análisis en prensa (que alcanzó cierta difusión) sobre dónde están los intelectuales católicos en la actualidad?

Sé que son tiempos complicados para la Iglesia en toda Europa. Pero me gustaría recordar aquella frase de San Juan Pablo II, “Europa, ¡sé tú misma!”, y volverla (en un espíritu que creo que no anda lejos tampoco de aquel papa) hacia la propia institución eclesial: Iglesia, ¡sé tú misma!

No aspires a volverte una ONG preocupada sobre todo por la filantropía, aunque luego la adornes con un poco de incienso. No sustituyas tu mensaje sobre Jesús por mensajitos a favor de la paz mundial o el cambio climático; no permitas que tus clases de Religión anden más atareadas en caer bien a los alumnos que en formarlos, exigente, sobre el inmenso legado de la Cristiandad. No tengas miedo ante el mundo, como hemos dicho que no tiene miedo un salmantino que sepa conjugar sus raíces charras con sus saberes universales. Y, sobre todo, ¡no temas el debate y la investigación racional! Ya Clemente de Alejandría comparaba al cristiano que rehuía lo intelectual con los compañeros de viaje de Ulises, que se taponaron los oídos por miedo a escuchar el canto seductor de las sirenas. Hoy hay que tener los oídos abiertos, y también la boca para discutir con quien sea.