Microrrelatos ganadores del IX Concurso San Silvestre Salmantina
Isidoro Bravo Román ha sido la persona ganadora del IX concurso de microrrelatos San Silvestre Salmantina. Una edición que ha contado con una alta participación, 304 trabajos presentado, que ha supuesto un incremento significativo respecto a los 239 del año 2020.
De esta forma el certamen se consolida camino de su décimo aniversario que se cumplirá el próximo año.
El jurado del IX concurso de microrrelatos San Silvestre Salmantina estuvo integrado por:
- Daniel Escandell Montiel. Profesor de la facultad de Filología de la Universidad de Salamanca. Presidente del Jurado.
- Alberto Marcos Guillén. Comunicador y técnico de la Universidad de Salamanca.
- Sigifredo Crego Martín, Profesor de Lengua del Colegio San Estanislao de Kostka.
- Sofía Vicente Fiz. Bibliotecaria de la Universidad de Salamanca.
- Jerónimo Hernández de Castro. Corredor veterano y jefe de protocolo de la Universidad de Salamanca, que actuó como secretario.
Además de los relatos galardonados con un premio en metálico, se indican a continuación aquellos que han sido más valorados por el jurado. Su publicación en la revista de la carrera queda condicionada, como indican las bases, al espacio disponible.
Microrrelatos galardonados en el IX Concurso «San Silvestre Salmantina»
PRIMER PREMIO
Sansilvestre sustantiva (Isidoro Bravo Román)
Salida, ilusión e impaciencia (sensación de incontinencia). Km. 1, precipitación y zozobra (roces y tropezones). Km. 2, celeridad y disfrute (cuesta abajo y Plaza Mayor). Km. 3, adaptación y cadencia (foto en el puente). Km. 4, mantenimiento y prevención (ritmo adecuado antes de la exigencia). Km. 5, esfuerzo y temple (“rompepiernas”). Km. 6, incertidumbre y desconfianza (Cuesta de Moneo). Km. 7, desahogo y optimismo (tramo descendente y animación pública). Km. 8, resistencia y fatiga (ácido láctico). Km. 9, agonía y resiliencia (un puñal clavado en el pecho). Meta, euforia y goce (plenitud de endorfinas).
SEGUNDO PREMIO
Beatriz y Luisa (Gloria Fernández Sánchez)
Beatriz Galindo y Luisa de Medrano se disponen a correr la San Silvestre, ante el asombro de Miguel de Unamuno y fray Luis de León, quienes acaban admitiendo que las jóvenes han llegado por fin a un siglo que es el suyo.
TERCER PREMIO
Moscas de más (Silvana de Fátima Santacruz Burbano)
La luz llega como un relámpago a los ojos. El tictac natural de su palpitación marca el ritmo de su carrera. No hay nadie que lo apoye en la larga calle. Revisa exhaustivamente su cuerpo, busca algún rastro de vitalidad. Pero no encuentro nada, solamente siente su labio levemente mordido de un lado. Todo es normal, excepto las moscas de más que revolotean alrededor de su cuerpo.
RELATOS DESTACADOS
Dos tontos demasiado tontos (María Soledad García Garrido)
Pedro se encargó de la operación mientras yo vigilaba la puerta de la sucursal. En cuestión de segundos apareció con la mochila atestada de fajos de billetes y el pulgar hacia arriba, que era la señal con que habíamos acordado la huida. Pedro corría que se las pelaba y yo no dejaba de acordarme de los churros que había desayunado en la Plaza Mayor. La sirena de la policía nos hizo acelerar. No entendíamos por qué corría todo el mundo. A cada paso se intensificaban las alarmas y la megafonía. Pero no nos rendimos. Pedro iba demasiado cargado y, aun así, corría y corría. Yo, por vergüenza y con un flato horrible, iba pisándole los talones. Quién nos iba a decir a nosotros que acabaría felicitándonos todo el mundo y que saldríamos en los periódicos por partida doble. En la página de deportes y de sucesos. A todo color.
La huida (Álvaro A. Y.)
Entré en la tienda de deportes y el dependiente al ver mi estado físico me pregunta incrédulo: “¿Pero usted corre?” Que si corro… ¡Llevo toda la vida corriendo! Cuando era niña hacía los 100 metros lisos sobre pasillo para escaparme de la zapatilla voladora de mi madre cuando descubría alguna de mis travesuras. En el colegio, sólo poniendo los pies en polvorosa conseguía deshacerme de los abusones que me pegaban por ser diferente. En varias ocasiones he tenido que salir pitando de una discoteca para evitar al baboso de turno. Incluso me fui corriendo de una iglesia abarrotada de gente porque me arrepentí de mi decisión el mismo día de mi boda. Ahora en Salamanca, tantos años después, por primera vez, corro sin huir.
Mal educados (Gabriel Pérez Martínez)
Al dar la salida, varios corredores se quedan quietos: esperan a sus progenitores mientras rememoran el “Quita, que ya lo hago yo”. Los demás arrancan. Minutos más tarde, un atleta evoca el “No llegarás a nada en la vida” y se sienta en un bordillo del que no se moverá. La carrera continúa. De los gemelos que participan, uno va por detrás. Avanza a su ritmo, pero se acuerda del “Igualito que tu hermano” y abandona. En cabeza, marchan tres jóvenes. Quien va segundo tropieza, tirando al primero. “Eres malo”, se dice, y se retira. El que está tendido sobre el asfalto piensa: “Algo habrás hecho” y ni se levanta. A metros de la meta, el ganador en potencia escucha una voz interior que grita: “No teníamos que haberte tenido” y se desploma. Horas después, su cuerpo entra al tanatorio mientras sus padres repiten: “Pero cómo nos haces esto…”.
Cómete el mundo (Cristina Cruz Ortiz)
Me tragué las cortinas. Me tragué la lámpara, el frigorífico, la cama. Me tragué los cuadros, los muebles, las plantas. Me tragué la pared. El techo. Me tragué la casa entera. Tragué hasta que no pude tragar más porque nada quedaba ya a mi alrededor. Entonces me levanté y, sin obstáculo a la vista, simplemente comencé a correr.
Soledad virtual (Raúl Oscar Ifrán)
Rosendo apretó la marcha. Venía bastante bien. A ambos lados los corredores del pelotón de avanzada se mantenían firmes. No conseguía dejarlos atrás. A pesar del frío un hilo de sudor bajaba por su frente. El pectoral con el número 13 se balanceaba a cada paso. Una tras otra desfilaban las calles con sus edificios, los árboles familiares, el cielo de Salamanca. El público alentaba siempre. Algunos le tendían la mano al pasar. Otros trataban de alcanzarle una botella de agua mineral que nunca conseguía asir. Por fin, la recta final y la llegada en medio del jolgorio callejero. Rosendo se quitó el Visor de Realidad Virtual y la ciudad desapareció en las sombras como por arte de magia. Saltó de la cinta. El contador marcaba los inexorables diez kilómetros. La aplicación, en el celular, le dio los tiempos. Menos mal que no medía la soledad y los silencios.