San Felices de los Gallegos: el pueblo que ha ganado el título al más bello de Castilla y León
No es el pueblo más fácil de ubicar. Intentémoslo. San Felices de los Gallegos se esconde en la comarca de Vitigudino y la subcomarca de El Abadengo. Por si acaso, una pista más: Parque Natural de Arribes del Duero. En definitiva, mucho más cerca de Portugal que de la ciudad de Salamanca. En una España vacía pero con ajetreada historia. Y vaivenes geográficos: dos veces estuvo en el lado luso de la raya.
No es por tanto uno de los conjuntos históricos más a mano de nuestro país, pero si hay ganas de explorar, esto es un plus. Una vez allí, sus calles se ocupan de un golpazo de trasladar al visitante a la Edad Media. Se trata de una villa muy bien conservada. En el Ayuntamiento, centro de este escenario con carácter de frontera, el guía Daniel entreteje realidad y leyenda:
«La fundación legendaria de San Felices se produce en el año 690. Félix , que fue Obispo de Oporto, manda fundar aquí un pueblo en honor a su santo. Y como se trajo con él a una colonia de gallegos acaba de completar el nombre. Así que somos la villa de las tres mentiras: ni somos santos, ni somos felices, ni somos gallegos».
Luego están los hechos históricos y documentados que sitúan su origen en el siglo XII. Y un dato más que es todo un regalo: San Felices de los Gallegos es ‘El pueblo más bello de Castilla y León’, después de ganar el concurso de Televisión de Castilla y León en la categoría de pueblo de menos de 1.000 habitantes.
El título de belleza no ha traído hordas de visitantes, pero sí orgullo a esta villa fortificada. Sin conocer los requisitos formales de tal galardón, no hay más que pasear entre sus casas blasonadas y su colección de iglesias y ermitas para aprobar el veredicto del jurado. Eso sin contar siquiera el imponente castillo.
Fue don Dionís, el rey portugués, quien después de apoderarse de la villa de San Felices en 1296 construyó la fortaleza sobre un promontorio que domina todo el llano. Fue entre finales del siglo XIII y la primera década del siglo XIV. De esa época se conserva la cerca vieja aunque el castillo llegó a tener hasta cinco recintos amurallados. La villa volvería a manos castellanas en el año 1326 y ahí empieza el desfile de unos dueños a otros.
Entre sus moradores más nobles, Leonor de Albuquerque, madre de cuatros reyes y abuela de Fernando el Católico, o como la llama con un guiño el guía, «la Kardashian de la época», que pasaría aquí seis años de su infancia. Aunque sería la Casa de Alba, a principios del siglo XVI, la que le diera un aspecto más palaciego.
En el siglo XX estaba abandonado. Hasta tal punto que unos vecinos se adueñaron de él con intención de venderlo piedra a piedra a una cantera. Lo impidió Ángel de Dios comprándolo a la casa de Alba por 33.000 reales, «una fortuna en la época». El castillo fue heredado por su hijo Francisco , un sacerdote que lo donó al pueblo en 2013 para su uso y disfrute. Hoy, cualquier curioso puede escalar su torre del homenaje. Merece la pena.
San Felices cuenta además con dos iglesias deslumbrantes. Todo queda a dos pasos caminando. Una pertenece al convento de las agustinas de La Pasión. Ya son solo siete hermanas, pero sigue elaborando sus dulces: hojaldres, repelados, perronillas… tienen un cartel enorme con toda la oferta en la fachada.
La ruta continúa por Nuestra Señora entre dos Álamos, que sorprende por su gran tamaño. Enfrente, hay que pararse en la peculiar torre de las Campanas, otro de los hitos de la villa. El guía también le contará la historia de la casa de los Mayorazgos, una de las edificaciones civiles de mayor porte.
Deja además una sorpresa para el final, mejor dicho dos. Uno es el museo de la cantería y el otro el del Aceite, llamado El Lagar del Mudo. Con una restauración primorosa, este molino construido en el siglo XVIII conserva todo el encanto de antaño y cuenta con detalle la historia inmemorial del cultivo de la aceituna en esta tierra.
Se puede deambular por San Felices y perder la noción del tiempo. Aunque muchos encontrarán todo lo que hay extramuros aún más fascinante. El río Águeda se encañona rumbo a Portugal creando ese vertiginoso y bellísimo paisaje de las Arribes. Muy cerca está también el nuevo Camino de Hierro para los que quieran dar un paseo algo más largo, de 17 km. En un fin de semana, hay tiempo para todo… y para casi nada.