[Ciudad Rodrigo lo que las piedras callan] Aventuras del verraco vetón de Ciudad Rodrigo
El verraco prerromano de Ciudad Rodrigo es todo un símbolo de la ciudad, aunque ha sufrido todo tipo de vicisitudes durante la historia.
Este tipo de esculturas eran colocadas por los vetones cerca de la entrada de las poblaciones o castros. El de Ciudad Rodrigo, aunque no se sabe con exactitud el lugar en el que fue hallado, se cree que fue en las inmediaciones del puente Viejo, cerca de donde fue posteriormente colocado.
En el rabero del puente permaneció muchos años. Allí ejercía una odiosa misión. De una argolla que poseía en el morro se enganchaba la cadena que cerraba el paso por el puente a las caballerías y al tránsito rodado. Esto hizo que se convirtiera en el símbolo del cobro de un tributo, el portazgo.
Según el historiador Sánchez Terán, El pueblo, cuando quiso protestar contra el oneroso tributo, no hizo, ni supo otra cosa, que arrojar violentamente al pacífico e inofensivo animal a la orilla del río [1].
Lo más probable es que los mirobrigenses lo arrojaran al río alentados por la orden que García Cambronero, gobernador de Salamanca, dio el 2 de octubre de 1834 sobre destruir las esculturas de este tipo que existieran en la provincia. Debido a la ignorancia, creyó que eran un signo de vasallaje y que habían sido mandados colocar por el emperador Carlos V en infame recuerdo a la memoria de los líderes comuneros [2].
Por suerte, el de Ciudad Rodrigo, al igual que ocurrió con el de Salamanca, pudieron ser recuperados más tarde. Lamentablemente, otros no corrieron la misma suerte.
El verraco de Ciudad Rodrigo permaneció olvidado bajo las aguas del río Águeda durante casi un siglo. A principios de 1927 fue extraído del río, ya con el hocico roto, y colocado en el Arrabal del Puente.
Sánchez Terán escribió sobre el motivo de su falta de hocico: Gente habrá aún en Ciudad Rodrigo que conociese a la tía Portazguera, la mujer del encargado de cobrar el impuesto, que tal humillación supuso para el cerdo, vencedor de los siglos, que en aquella ocasión, no pudo evitar que el pueblo, enfurecido, le privase del hocico, tal vez donde estaba colocada la argolla, única parte de su animalidad pétrea que hoy no puede mostrar al curioso [3].
Fue ese mismo año, ante la inminente creación de un Museo Regional ubicado en el Castillo de Enrique II de Trastámara y con la preocupación general de los mirobrigenses para fomentar el turismo, cuando se comenzó a valorar la posibilidad de poner en valor el antiguo verraco vetón:
Hoy el Berraco se encuentra enterrado, abandonado en las orillas del Águeda, junto al puente romano desde que el pueblo lo arrojara como protesta a la política económica de los gobiernos del pasado siglo. Ya es hora de que nos ocupemos de él. Poco costaría trasladarlo a la ciudad. Siempre serviría de elemento decorativo de alguna de sus plazas […] Por eso creemos, mejor dicho, tenemos la seguridad de que el Alcalde, señor Sánchez Arjona, recogerá nuestra idea y la llevará con actividad a la práctica. Nos parece que la Plaza de Amayuelas sería el lugar más a propósito para el emplazamiento del Berraco [4].
Parece ser que al llamado Buen Alcalde le pareció buena idea la solicitud, pues 13 días después el semanario local Tierra Charra recogía la noticia del traslado del verraco desde el Puente hasta la Puerta de Amayuelas [5].
En el mencionado artículo, también se trata sobre la controversia que el origen y significado de dicho verraco causaba entre los eruditos locales de la época, quienes deseaba que fueran más los mirobrigenses que se interesaran por conocer sobre el origen y significado del verraco. Sobre todo a partir de su traslado a la plaza de Amayuelas, pues desde entonces iba a ser más exhibido y así podrían ilustrar también a los turistas que se parasen a admirar el perfil bere-bere del vetusto marrano.
Parece ser que esta nueva ubicación no terminó de agradar al total de los mirobrigenses, pues parte de los vecinos del Arrabal del Puente manifestaron su descontento cuando los empleados municipales transportaban la prehistórica piedra. […] Considerándolo algo suyo, por el legendario espacio de tiempo que había servido de adorno en ese barrio.
A pesar de las quejas, el verraco fue finalmente colocado en la plaza de Amayuelas, en la parte trasera de la catedral de Santa María.
Allí permaneció solamente hasta el año siguiente, pues en 1928 fue trasladado de nuevo. Esta vez al lugar que ocupa a día de hoy, la plaza del Castillo.
Beatriz Ramos Mota
[1] SÁNCHEZ TERÁN, Jesús: Tierra Charra, Núm. 96, 4 de agosto de 1929.
[2] VACA LORENZO, Ángel: REVSA, Revista de Estudios, Núm. 48, 2002, pág. 32
[3] SÁNCHEZ TERÁN, Jesús: Tierra Charra, Núm. 96, 4 de agosto de 1929.
[4] «El Berraco del Puente debe ser trasladado a la ciudad». Tierra Charra, Núm. 2, 23 de octubre de 1927.
[5] «Ya subieron el Berraco», Tierra Charra, Núm. 4, 6 de noviembre de 1927