El salmantino que le devuelve la vida al toro

Darle vida al toro tras entregarla en el ruedo. Por las prodigiosas manos del taxidermista transita ese paso a la inmortalidad. Devolverle la expresión a un ser que ya no late, pero que de nuevo puede hacer sentir, es su principal misión.

Ahí radica el misterio de su arte. Todo para volver a despertar a veces miedo, otras orgullo. Y admiración, siempre. La mirada de un toro asusta de todas las maneras, incluso cuando ya no respira. Y él trata de que vuelva a infundir respeto y, sobre todo, que despierte admiración. En las cabezas de toro naturalizadas cobran de nuevo vida los sueños cumplidos para hacerlos eternos y que se magnifiquen con el tiempo. Cada toro es una historia. Sobre las manos artistas de José Luis Martín Moro (Ciudad Rodrigo, 1976) recae la responsabilidad de que los ojos vuelvan a mirar e incluso la resina, que se esconde tras la piel real del toro, comience a latir. Él firma el pasaporte para que el recuerdo tenga continuidad, el sueño siga siendo real y aquel momento de gloria fugaz del ruedo dure para siempre: “Nunca verás la cabeza disecada de un toro en la casa de un torero con las orejas puestas, al menos le tiene que faltar una”, afirma. El reflejo del triunfo. La gloria que quieren guardar para siempre. Las orejas son la principal preocupación del torero, cortarlas en el ruedo llega a convertirse en obsesión cuando la necesidad apremia, la del taxidermista son los ojos. Ahí radica gran parte de su misterio: “Hay que darle expresión”, comenta, antes de mostrar las diferencias, según para quien trabaje: “Al ganadero le suele gustar que transmita nobleza, al torero agresividad”. La mirada es la que le da vida al animal naturalizado: “Dependiendo de cómo lo coloques y cómo gires el ojo, más abierto o cerrado, dice una cosa u otra. Y así lo haces más agresivo, más pastueño, más noble… Para lograr esa sensación tienes que jugar con el párpado, lo abres o lo cierras más, y así le cambias el semblante. Cada uno es un mundo, un ojo puedo lograr en cinco minutos que transmita lo que quiero y en otro estar dos horas… El objetivo es conseguir sensación de viveza”, indica antes de matizar: “Lo más importante es que no sea un objeto muerto, ni un peluche ni un mueble; que despierte nuevas sensaciones, que transmita”, advierte quien se dedica a un trabajo artesanal, en el que no tienen sitio las máquinas, ni caben las prisas. Naturalizar un toro puede llevarle hasta seis meses de faena. Se tira las horas muertas en el taller.

Hasta Serradilla del Arroyo llega cada año gran parte de los toros más importantes de la temporada. Hace ya más de cuatro años que se hizo con la exclusividad de todos los de la feria de San Fermín de Pamplona, en sus manos caen gran parte de los astados que propician los triunfos más sonados en Las Ventas de Madrid. No para. Recorre todas las ferias, de febrero en Valdemorillo a Zaragoza bien entrado octubre. Más de 60.000 kilómetros. Martín Moro recoge, en el desolladero de los cosos, las cabezas de los astados casi calientes y las transporta en cámaras autorizadas y con todos los permisos y documentación que la legislación le obliga, hasta su taller de este pueblecito de apenas 300 habitantes, al que se accede por una serpenteante y sinuosa carretera a apenas una veintena de kilómetros de Ciudad Rodrigo. Es la comarca de Los Agadones.

COSTURAS

Una vez que tiene en casa la cabeza, la descarna y la desuella (“es fundamental saber meter muy bien el cuchillo, de manera que se dañe lo menos posible y la piel tenga cuantos menos cortes mejor; al final son costuras que luego hay que reconstruir”, anota). Los pitones y la testuz se cuecen para limpiarlos y despojarlos de la materia orgánica, corta por donde le interesa y lo que no va directamente a la incineradora. La piel se curte y la congela hasta cuando monta la cabeza. Disecciona como experto cirujano antes de ponerse manos a la obra. “La clave para la conservación de la piel es un buen curtido”, advierte. Se curte humedeciéndola en bidones con productos químicos que evitan la descomposición, convirtiendo así la piel que se pudre en cuero imputrescible. Antes hay que quitarle toda la grasa y la coraza, que es muy gorda. La encuentra con un centímetro o centímetro y medio y la suele dejar para empezar a trabajar en tres milímetros: “El ojo del párpado tiene que quedar muy finito para darle más forma. Donde se marcan los rasgos, en los párpados o el hocico fundamentalmente, la piel tiene que quedar fina para poder trabajarla mejor y lograr formas”. Una vez que las pieles salen de los bidones de curtido, se lavan con abundante agua y se dejan escurrir bien.

HABILIDADES MÚLTIPLES

El taxidermista es un oficio del que a finales del siglo XIX ya existían referencias de cabezas disecadas de toros tras el triunfo, aunque ya en el Paleolítico se curtieran pieles. El taxidermista hoy tan pronto desuella y descarna una cabeza aún sangrante, como curte la piel o esculpe la forma de la cabeza que naturaliza. Ahí brota una tarea de escultor que también lleva dentro. Tiene que dar la forma exacta, con los rasgos de cada animal, único e irrepetible, para retratarlo de la manera más real. La morfología va en función de la tipología de cada encaste, cada animal es diferente. De la cabeza, se queda con la piel, con los pitones y, únicamente, aprovecha la testuz que es la que determinará la medida exacta del animal y de sus proporciones. Todo el interior de esa cabeza es el resultado de esculpir y moldear un bloque hecho a mano, y guardado como uno de sus mejores secretos, con material de poliuretano y resina. Muchos de esos toros los ve en directo en la plaza, los fija en su memoria que luego refuerza y matiza con videos y fotografías para sacarle los rasgos concretos. “La clave del trabajo es la escultura, la forma que le das y la expresión que logras transmitir. Si la escultura la haces mal ya estás perdido desde el principio”, advierte. Moldear la cabeza es crucial. Y lo hace como quien disfruta y juguetea con una plastilina. Él trabaja el poliuretano y la resina, que refuerzan unas varillas interiores de ferralla. Un forjado a pequeña escala. “Lo que me engrandece es que un aficionado, un torero o un ganadero vea un toro que he disecado, lo conozca y sepa cuál es”.

CASI UNA DÉCADA

Con 44 años, José Luis Martín Moro ha practicado la taxidermia toda su vida, pero lleva dedicado de lleno a la profesión apenas una década. Aprendió el oficio como un perfecto autodidacta. Nadie le enseñó. Fue su curiosidad, habilidad innata y artística la que le tenía deparada esta misión en su vida, con la que espera llegar a la jubilación aunque el toreo hoy no invite al optimismo ni a los planes a largo plazo. La penúltima crisis le hizo abandonar su trabajo de oficina en la construcción, las hojas de excell y, sin pensarlo, se metió de lleno en este oficio de devolverle la vida a los toros de triunfo. En la Feria de Salamanca de 2012 presenció la corrida de Adelaida Rodríguez, con la que debutaba el llorado Iván Fandiño en La Glorieta, y ahí quedó impactado con la impresionante estampa de Fumadisto, con el que el torero de Orduña se proclamó autor de la mejor faena de la Feria. Decidió quedarse con aquella cabeza, la disecó por su cuenta y una vez que la tenía, tuvo el atrevimiento de llamar a Néstor García, el apoderado del torero, para ofrecérsela. Tanto le gustó a Fandiño que le nombró su taxidermista personal y ya, de ahí en adelante, viajó con él y le hizo infinidad de cabezas de sus toros más representativos.

La Gaceta de Salamanca.