La Peña Gorda, la canica de los dioses
Según nos cuentan en Panibericana, desde siempre, la Peña Gorda ha fascinado a todas las generaciones humanas que la han contemplado y han habitado a su vera. Si a nosotros -acostumbrados a las miles de imágenes que inundan nuestra retina e incrédulos por los conocimientos que la humanidad ha adquirido hasta este nuevo milenio, ahora accesibles a golpe de clic- este peñasco colosal nos produce un desasosiego enorme, hay que imaginarse la impresión y fascinación que debió causar la visión de tan gigantesca y misteriosa mole, a los supersticiosos habitantes de los antiguos pueblos de esta zona. Cómo no considerarla una morada de los dioses o, al menos, un lugar para comunicarse con ellos.
Se cree que los antiguos utilizaban la roca para fines diversos, lo más probable religiosos. Su cima constituiría un observatorio astronómico y sagrado donde contemplar la bóveda celeste; allá donde moraban los dioses. El espectáculo visual debía ser una maravilla: un cielo completamente estrellado, sin contaminación lumínica alguna. En lo más alto del montículo se encontraría el altar, ara o mesa ritual, en donde se realizarían sacrificios para aplacar la ira de los seres superiores, se celebrarían ritos de iniciación a la vida y se rogaría por la fecundación y reproducción, tanto humana, como del ganado y de la tierra, tan necesaria para la supervivencia del clan.
Es probable que también se utilizara la roca con fines más mundanos, sobre todo durante el paleolítico y en las épocas más antiguas del neolítico, ya que la Peña supone un observatorio de caza inmejorable. Desde su cima podría vigilarse el paso y movimiento migratorio de las manadas de animales, para así organizar y decidir el mejor momento para la cacería. Por otra parte, constituiría el refugio perfecto para encaramarse si el peligro acechaba.
Histórica y arqueológicamente hablando, se han encontrado vestigios de los pueblos que habitaron la zona durante la prehistoria. Para acceder al lugar más sagrado, enclavado en lo más alto del peñasco, encontramos escalones, piletas o cazoletas que antiguamente tendrían funciones sagradas. Se han encontrado además restos líticos como hachas de piedra, buriles, piedras de moler o puntas de flecha, dejados por asentamientos sedentarios que podrían datar del neolítico (4.000 AC) y épocas posteriores, correspondientes al período calcolítico y a las edades de bronce y hierro. Los antiguos lugareños que se encontraban con estos elementos, se referían a ellos como “piedras del rayo”. Estaban convencidos de que eran puntas de los rayos que chocaban y penetraban en los árboles y en la tierra en los días tormentosos.
Es muy probable que hubieran existido pinturas y grabados rupestres en el lugar que habrían desaparecido por los efectos de la erosión sobre el peñasco. En épocas más recientes, desde el siglo VIII A.C., moraron por esta zona tribus y pueblos de origen cultural céltico: los temidos y belicosos Vetones y los más pacíficos, Vaceos. Los aguerridos celtas eran muy supersticiosos. Aquí cabe parafrasear a Astérix, El Galo: “los Celtas sólo temen una cosa, que el cielo caiga sobre sus cabezas”. Esto es verídico. En las invasiones de estos grupos a la península itálica, allá por el siglo IV AC, llegaron a perder batallas contra los romanos, que tenían prácticamente ganadas, al huir desordenadamente en medio del fragor de la contienda cuando comenzaron a estallar rayos y centellas de una tormenta. Ahora, imaginémonos qué debieron pensar los primeros celtas cuando llegaron a este lugar y se toparon con una colosal bola de piedra “estampada” contra el suelo, como si acabara de caer desde la cúpula estelar. Pues eso, que los dioses se habían debido enfadar mucho y bien con alguien o algo que por allí se encontraba, tanto que lo castigaron lanzándole el peñasco desde las alturas.
La importancia de este santuario, en honor tanto a las deidades o seres superiores celestes como de la propia naturaleza, decae con la aparición del cristianismo. A diferencia de otros lugares donde los cultos paganos fueron cristianizados con la construcción de una iglesia en el lugar sagrado primigenio, en la Peña Gorda parece que no ha ocurrido de este modo, ya que no se han encontrado en el lugar vestigios de prácticas religiosas posteriores al primer milenio A.C. Se cuenta que existió en la cumbre del peña
sco una ermita cristiana aunque de su construcción no consta evidencia alguna.
Para comprender el origen geológico y el motivo de la existencia de este gran peñasco en medio de la nada, acudimos a un blog especializado, muy interesante, geologicalmanblog que nos acercó al término para este tipo de formaciones rocosas: Ilsenberg, o como diríamos en castellano, Monte-Isla o Roca-Isla, cuyo significado literal sería relieve aislado que resalta de la superficie de los alrededores. Pues bien, Peña Gorda es un relieve residual, que por las características de los materiales que la componen, ha resistido más y mejor a la erosión que el resto de elementos pétreos que en su momento debieron acompañarla. Pertenece geológicamente al Macizo Ibérico, unidad geológica más antigua de la península ibérica. Sus dimensiones actuales siguen siendo considerables, con una altura de entre 30 y 40 metros y 70 metros de diámetro máximo.
A esta nueva roca resultante, de la que está formada la Peña, se le denomina episienita. Curiosamente, aunque esta se erosiona más rápidamente que el granito y debería haberse alterado más, es el elemento que más destaca en el paisaje rocoso. El principal factor erosionador del enorme peñasco es el viento, que azota el lugar de forma continua, el cual ha modelado La Peña Gorda asimétricamente, con paredes y perfiles más altos a un lado que en otro. Otros agentes erosivos que la desgarran son las plantas y árboles que enraízan en ella, trazando grietas y roturas que profundizan en su estructura y que pueden acabar con romperla.
Los habitantes de la localidad anexa a esta enorme mole se sienten unidos a ella de modo muy íntimo. Todavía se mantiene la tradición de subir a la cima de la peña el Lunes de Aguas a comer el hornazo, La Peña puede considerarse un espíritu protector, que acompaña a los habitantes del entorno. Aunque parezca imposible no se tiene noticia de caída o desgracia alguna sufrida por aquellos que han intentado y conseguido subir a la cima del montículo.
Cómo llegar:
Desde Salamanca son casi 90 km., hay que ir por la carretera Salamanca-Vitigudino/CL-517, continuar por la desviación (derecha) hacia Carr. de Aldeadávila/SA-314 , continuar hasta La Peña.
Llegando por carretera a los Arribes salmantinos, tomamos el desvío al pueblo de La Peña. Desde la lejanía avistamos una enorme canica pétrea en medio de la dehesa. Daba la impresión de que acababa de caer del cielo.
Según nos acercamos a ella, la roca parece ir aumentando de tamaño de un modo exponencial, un curioso efecto óptico. Llegamos al pie de la gigantesca mole rocosa conocida como Peña Gorda, que bautiza a la localidad que mora bajo su protección, la cual pertenece a la comarca salmantina de la Ramajería, o de Tierra de Vitigudino y se encuentra muy próxima al Parque Natural de los Arribes del Duero, especialmente del paraje emblemático de la cascada Pozo de Los Humos, situada cerca del poblado de Masueco, apenas a una decena de kilómetros en línea recta desde este punto, o de Aldeadávila de la Ribera, con su enorme presa hidroeléctrica y sus fabulosos miradores.